Digo yo que algún político estará harto de que su oficio esté siempre entre los sociópatas de la peli. Y estoy seguro de que también habrá fontaneros que se dejen caer cada mañana en el asiento de la furgoneta hastiados ante un nuevo día en el que los tratarán como analfabetos.

Pensaba esto anoche mientras veía Billions, una serie de ésas en las que los elaborados diálogos sirven para esconder tópicos de toda la vida. Me encantan para descomprimir de madrugada: me dejo mecer por los malos muy malos y unos buenos atribulados que me cuelan las mismas mandangas que ya inventó Shakespeare hace siglos. Pero con mucha verborrea.

Hace ahora tres años recibí una llamada que, al colgar, supe que jamás olvidaré. Era Berta, una de las personas más inteligentes que conozco, cumpliendo mi vaticinio de años atrás, cuando aprendía de becaria: "Un día serás tú la que me dé trabajo".

Aquel día, y los que vinieron, dibujaron mi mapa. Salí de viaje, paseé la ciudad a solas y me entretuve pensando mucho y, ahora me acuerdo, buscando unos chocolates para llevar a mis niñas a la vuelta. Hoy sé bien adónde me dirijo. No tengo idea de si llegaré, ni cuándo, pero sé lo que quiero, tengo un plan.

Eran días duros que quizás hicieron de abono para que esa idea echara raíces. Si miro atrás, puedo ver que tal vez aquella mala racha influyera... pero, ¿y qué? La vida está llena de cruces de caminos y, en realidad, nunca sabemos qué hay al otro lado.

Tengo amigos de toda la vida con los que no me hubiera juntado jamás de conocerlos ahora. ¿Qué se me ha perdido a mí en esos vecindarios con escaparates más caros que mi nómina? Yo no sé mezclarme con gente así.

Pero en realidad, nadie sabe qué hay dentro del prójimo, qué lo mueve o lo motiva, tampoco si tiene un mal día, como cuando sonó mi teléfono aquel mayo de 2017, o si la cosa fluye.

El fontanero que vino hace unos meses a casa, si no recuerdo mal, era peruano, además de educado y listo como las ratas. De conversación agradable. Puede que sea un zote y su frase más elaborada sea "¿con IVA o sin IVA?". O quizás estudiara ingeniería industrial en su país y sólo esté ahorrando en los retretes para intentarlo de verdad el día que convalide su título.

Los periodistas también sufrimos arcadas por cómo nos pintan en el cine. Buitres carroñeros, nunca tan cerca de la verdad como de un buen titular. Pero participamos del juego, simplificamos las cosas en clichés como el de que "el barrio de Salamanca protesta contra Sánchez": es decir, que todos allí son ricos, de derechas y, por tanto, obligadamente opinan que el Gobierno es ilegítimo y Pedro, un sepulturero.

Poca gente parece saber que el secreto está en elegir un camino, olvidarse de qué opinen los demás y acertar o equivocarte, pero sabiendo por qué. Despanzurrados en el cómodo sofá de los estereotipos, casi todos acaban menos preocupados por ser que por aparentar.

Pero eso encierra un peligro gordo: olvidarnos de que, del fontanero al presidente del Gobierno, pasando por los de las cacerolas y quienes los jalean bandera al viento, a todos nos hace falta tener un plan, saber qué queremos: elegir, cuesten lo que cuesten, los bombones correctos y no contentarse con una bonita caja en forma de corazón.