La pantalla del teléfono decía que me llamaba el director general. Era 2011, y yo llevaba unos meses trabajando a sus órdenes en un nuevo proyecto. Él era el número dos de la empresa, y tenía poder sobre todo. Así que... miedo.

"¡Pero qué cabrón, por qué no me dijiste que eres hermano de Carlos!".

Nunca le había contado que era hermano de un amigo suyo de la universidad porque eso no le importa a un jefe con corbata. Y menos aún si sabes que la relación entre ellos terminó en un enfrentamiento resuelto más o menos así: "Carlos, eres un conciliador de mierda y no te mojas, coño, elige bando".

Aquella era la época en que si algún ejecutivo bajaba a la primera planta, los periodistas nos sentíamos algo así como los monos del zoo. Hasta habíamos puesto un cartel: "Prohibido tirar cacahuetes a los redactores".

El día en que se fue para dirigir a la competencia le deseé fortuna: que reflotara el diario y siempre se quedara a un solo lector de nosotros, que éramos los líderes. Cuando, años después, me echaron a mí, él me deseó suerte: "Soy el que manda, pero no puedo ayudarte, te irá bien, me vas contando".

Ahora hago crónicas parlamentarias, busco exclusivas en el Gobierno y he gastado parte de mi ocio de cuarentena en un desafío chorra de Facebook: 10 días, 10 discos, 10 amigos. Entre los cientos de artistas que me dan la vida, me costó seleccionar solamente una decena de álbumes que me hayan marcado, pero más aún elegir a la persona adecuada a la que retar con cada elepé.

Y cuando iba por el noveno, comprobé que el amigo elegido me había bloqueado. "La política", se excusó por privado... que un día compartí una entrevista con el líder de Falange y que bastante tiene él cada día, currando en prensa del PSOE, como para toparse con la cara de un facha en sus redes personales.

Mientras buscaba las palabras para arreglar las cosas, me entristecía que la pandemia politiquera nos infectara la vida real y que los extremistas hayan logrado imponernos su distancia social. Me niego. Claro que tengo ideología, le dije, aunque si yo hiciera una lista de diputados favoritos, ésta tendría -del morado al verde- todos los colores.

Pero también es verdad que, cuando me puse, no pude llenar el decálogo. ¿No hay una decena de líderes a los que yo pueda admirar?

Con esto del virus se ha escrito mucho de los Pactos de la Moncloa de 1977. Precisamente, los firmantes de aquello eran exactamente 10... Hoy pactar cosas sensatas se paga con el insulto de los ajenos y la traición de los propios. A Inés Arrimadas le han llovido esta semana las tortas desde la izquierda, la derecha y la periferia nacionalista. Prefiero la gente que pone el acuerdo por encima del ego, la doctrina o el titular de mañana.

Hace poco le mandé un abrazo a aquel jefe, porque había superado con su periódico los lectores del otro del que un día nos marchamos los dos. Imagino que si él lee hoy esta columna confirmará que la diplomacia de mi hermano es cosa de familia: que si yo fuese el último hombre en la Tierra, votaría al mono que propusiera repartir los cacahuetes.