Yo sueño con Isabel en los meses pandémicos, cuando nos falta de todo excepto su moral de chulapa: me pareció encontrarla una noche en la terraza del Oro y Plata de la glorieta de Bilbao, con un vermú en la mano, pidiéndole al camarero “unas patatillas para picar, que parece esto Venezuela, hombre”.

Sabe dios en qué fase estábamos: en la REM, por lo menos. Ella llevaba boina, mascarilla de España y vestido de flores, porque Ayuso es uno de esos seres de ficción que ha venido al mundo a verbenear -como Bertín Osborne-, a ponerse la montera, a liderar la última de las congas nupciales.

“Pero Isabel, ¿tú que haces aquí?”, le lancé de mesa a mesa, por respetar la distancia de seguridad. “Hija, qué voy a hacer, si es mi Comunidad”, respondió, con mucha guasa. “Pues también es verdad”, pensé yo, onírica perdida. Nadie la reconocía porque le cambiaba la cara, camaleónica y letal, como sólo sucede en los delirios nocturnos, pero a mí me constaba que era ella.

“Que me han dicho que vas tarde para presentar el informe al Ministerio, Isabel, que el plazo acababa el miércoles, que lo ha enviado ya todo dios”, le comentaba yo, por hablar de algo, ya que estábamos; por rascar un titular a ver si caía -una busca el entrecomillado ya hasta en el subconsciente-. “En todos lados no se puede estar”, sentenciaba ella con la mirada de las mil millas hacia el tendío, diva absoluta por encima del tiempo y las agendas. “Tú déjame, que yo me entiendo”. Bueno.

-Oye, Isabel, ¿y qué ha pasado con Yolanda Fuentes? Vaya semanita llevas.

-Nada, mujer, cosas que pasan. Ahora estamos con Antonio la mar de bien. Es un crack.

Pues nada. Me quedé con la cosa de preguntarle cuándo se había comido ella el último Telepizza, pero a ver quién le ganaba a cachondeo a una pizpireta de ese calibre. En los sueños, como en todas partes, es mejor no meterse en política.

Al final hacíamos ruta de cerveza por Malasaña, porque ella es del barrio, y acabábamos cantando Hago chas y aparezco a tu lado en el karaoke de Mostenses, donde nos hacían los coros literalmente cuatro gatos calvos -por el tema del aforo restringido-, pero aquí la presidenta entonaba bajo las luces azules que daba miedo verla.

Se crecía, reina maldita de Gotham: ha nacido para el foco, para el careo, para el speech de patio de corrala. No había forma de que compartiera el micro, no sabía una ya si era por higiene o por vanidad: se tomó el tema de la Rosenvinge más a pecho que un Consejo de Gobierno, de esos de los que sale escopetada cuando no se conoce aún el destino vírico de Madrid.

“Y ahora qué se hace en esta ciudad, que está muerta, coño, con tanto estado de alarma”, se quejaba ella, retocándose los labios antes de calzarse otra vez la mascarilla. La verdad es que era simpatiquísima. “Mira que antes del Covid-19 fue Almeida a cerrarme mi after favorito, el Garaje, ¿sabes cuál es?”. “Y tanto, pero eso lo hablo yo con José Luis y lo arreglamos en un periquete, que bien que sumaba para el PIB”. “Bueno, Isabel, vamos viendo”.

Yo sueño con Ayuso en los meses pandémicos, más como una improvisada compañera de juergas que como una presidenta de la Comunidad, donde su rol resulta descacharrante, excesivo, novelesco. Es difícil hasta cogerle manía, porque, como decía Alvite, “tú eres un personaje, nena, y los personajes no merecen un reproche, sino una crítica literaria”.

Ayuso con su soberbia de gata persa, Ayuso comparando los riesgos asumibles de la conducción automovilística con los inasumibles de una pandemia, Ayuso con sus bravuconerías fresquísimas de hija sana de Aguirre. Ayuso leal a Casado como a Dios Padre, Ayuso con su tatuaje de Depeche Mode en el antebrazo, Ayuso llorando -tan bella y lorquiana- lágrimas negras de pena y rímel en las misas en la Almudena.

Ayuso cerrando Ifema por todo lo alto, como quien monta una rave; Ayuso en el ala dura pero menos brillante; Ayuso suministrando hidratos infinitos a los niños vulnerables, como la tita guay que te ceba en el McDonalds sin que tus padres se enteren.

Ayuso polarizando, Ayuso sin palabras de unidad -no como Almeida, que ha demostrado sus puntos fuertes más que nunca en estas semanas-, Ayuso con lugares comunes, sin soluciones reales; sin mediación pero con gancho mediático. Rocambolesca Isabel, impune, desafiante, pura víscera y espectáculo: sería divertido si no pudiera salirnos tan caro.