Me amonestan vía whatsapp, en representación de una cáfila de probos individuos, por ser demasiado crítica con la actuación del Gobierno. Aseguran los firmantes del bienintencionado mensaje estar muy preocupados por mi “deriva política”, como si yo fuese una especie de Remedios Amaya disoluta alejándome en mi barca -manejada por vaya usted a saber quién- del buen camino ideológico. Traduzco: me reprenden por disentir. Hay que tener cuajazo, colega.

Como soy vehemente y, últimamente, ando escasa de paciencia para con las exhibiciones de estulticia -comprendo que uno pueda ser necio, pero no que no disimule-, les envié un poco a tomar por rasca. Pero como, al mismo tiempo, soy de natural complaciente, he decidido enumerar hoy las cositas que ha hecho bien este ejecutivo para dar por zanjado el sainete titulado Los abroncadores dengosos. Imposible no quererme.

Del tres al uno. 

Tres. Ha jugado muy bien al poli bueno y poli malo. En todo momento nos ha estado Sánchez asegurando, insistiendo hasta la extenuación, que él estaba para unir, que no iba a salir de su boca ni medio reproche a la oposición, ni la más mínima crítica. Que él estaba a otra cosa -a salvar vidas, ganar guerras, salir guapo en la foto para la posteridad-. Al mismo tiempo, sus rottweilers de AliExpress, con Lastra, Echenique e Iglesias a la cabeza, no dejaban pasar un segundo sin arremeter contra todo aquel que osara disentir lo más mínimo; llegando al extremo, incluso, de equiparar “crítica” con “falacia” o llamar “parásito” en el Congreso a quien representa a más de tres millones de españoles. Y, mientras tanto, con una mano nos escamotean derechos fundamentales, y con la otra nos acarician el lomete y nos aseguran que si somos buenos nos los irán devolviendo poquito a poco. Si somos buenos. Como si recuperarlos se debiese a su generosidad. 

Dos. Han persuadido a la opinión pública de que esto es una guerra, pero una casi festiva. Una contienda muy de kermés de los sábados. Aplaudimos a las ocho, bailamos en los balcones, compartimos vídeos de sanitarios danzarines, de polis felicitando cumpleaños, se emiten series cachondas de gente confinada que se divierte... Pero como se te ocurra nombrar a los muertos eres un miserable. Los muertos son solo un número, una cifra en una gráfica, una curva que hay que aplanar. Casi 25.500 muertos son una fruslería de esta oportunidad impagable para hermanarnos y disfrutar de los nuestros. Como digas que se podían haber hecho las cosas mejor, eres un mezquino. Invocarán al Capitán A Posteriori (una gracieta más sobre el Capitán A Posteriori y no respondo). Las alertas de la OMS, el ejemplo de Italia, las recomendaciones de la UE, todo eso, era filfa. Y lo tuyo es mala fe si no estás a la épica de lavarse las manos y la heroicidad del metro y medio de distancia. Desleal.

Uno. Saturarnos de información, sepultarnos bajo toneladas de barboteo, anonadarnos con un exceso de verbigeración gubernamental. Tres ruedas de prensa diarias, comparecencias constantes, declaraciones, aclaraciones, rectificaciones. Ni un segundo sin que alguien desde el gobierno no nos esté diciendo algo. Lo que sea. Continuamente. El flujo de mensajes del ejecutivo se ha convertido en un ruido blanco que nos adormece y, de paso, silencia cualquier cosa que se pueda decir al respecto. Ocupa todo el espacio informativo, eclipsa cualquier aporte de la oposición y no da tregua. Aunque para conseguirlo tenga que pecar de precipitado, de atolondrado. Aunque no tenga contenido, o muy poco. Aunque no se detalle lo suficiente o, incluso, sea equívoco o claramente improvisado, lo que les ha obligado a rectificar en ocasiones. 

Hala, ahí lo lleváis. Para que luego digan que no puedo ser yo benévola si me pongo.