No hay Miércoles de Ceniza sin Martes de Carnaval, y precisamente porque el calendario litúrgico y el de Pablo Iglesias no coinciden -contrariamente a lo que pudiera pensarse al observar su transformación vicepresidencial- ambos los hemos vivido esta tercera semana de abril.

Como corresponde, inauguramos la penitencia el miércoles ceniciento. Lo hacemos con una nueva ración de estado de alarma bendecido en un Congreso en el que los hunos siguen teniendo al inquilino de la Moncloa por un okupa y los hotros se dedican a cortejar a Aitor el del tractor y a Mertxe la tractorista, ahora que los gudaris de Junqueras se echan de nuevo al monte.

Pero la carnavalada se vivió la víspera, claro. Ya será difícil encontrar un país en todo el planeta en el que uno se siente a desayunar ante el televisor y tropiece con una ministra que le anuncia una decisión del Gobierno; que cuando llegue la hora de la comida, otra ministra -la portavoz, nada menos- desdiga lo dicho por su compañera; y mientras prepara la cena, un tercer ministro rescata, con la aprensión de quien recoge los pelos atrapados en la rejilla del sumidero, la medida matutina.

Difícil pero no imposible. Es el nuevo récord mundial instaurado por Celaá, María Jesús Montero e Illa: en apenas once horas, los niños pasaron de conquistar el privilegio de poder dar un "paseo corto", a estar condenados otra vez al papel de comparsas en el súper y, por último, a esperar la publicación de una "guía" antes de poder ver la luz a partir del domingo. 

El presidente felicitó ayer a su manera a los ministros en el Parlamento. "No es descoordinación ni desgobierno", dijo. 

Pero, ¿qué ocurrió para que hubiera que organizar esta trapisonda? Arriesgaré mi teoría.

El sábado, el presidente anuncia a bombo y platillo una relajación de las condiciones de confinamiento que permitirá a los peques "disfrutar de un rato al día del aire libre". Para dar ese paso dice contar con el aval del sacrosanto e ignoto "comité de expertos". Pero puede que esos expertos fueran sólo los de la Dirección General de Derechos de la Infancia y de la Adolescencia, que depende de Iglesias. 

Es posible que otros expertos, los de Sánchez, encontraran precipitada la medida y apostaran por seguir priorizando el control del virus. De ahí que el Consejo de Ministros pasara de puntillas sobre el asunto y que cuando la ministra portavoz fue preguntada por las salidas de los menores sudara tinta china -nunca mejor dicho- tratando de explicar que ir de la mano de un adulto a la farmacia y "disfrutar de un rato al día del aire libre" son la misma cosa.      

Es a partir de ese momento cuando en los hogares empieza a arder una indignación que salta a las pantallas de móvil de todos los rincones del país, igual que en los incendios forestales el fuego brinca de una copa a otra.

Pablo Iglesias, que es bueno pegando el oído al suelo para escuchar por dónde galopa la caballería, le dice al presidente que o rectifican o el daño político es irreversible.

La intempestiva rueda de prensa de Illa para serenar las aguas revela que ha vuelto a primar el instinto de supervivencia de Sánchez, quizás incluso por encima de algunos informes científicos. Pero ya se sabe que con los niños no se juega. Con los generales sí, como queda claro con la filtración, por primera vez en la historia, del pantallazo de un correo electrónico del jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil.