Con lo que estamos enfrentando, que sólo lo saben los que viven la emergencia a pie de obra —los que tratan de curar y los que se pasan el día yendo a recoger cadáveres a hospitales, pisos y residencias—, empiezan a sobrar de una manera exasperante unas cuantas cosas con las que alguna gente que no tiene otra cosa mejor de la que ocuparse no cesa de bombardearnos.

Lo que sobra, por ejemplo, es que quienes llevan la crisis cometan un error, lamentable pero al alcance de cualquiera que trate de gestionar contrarreloj una catástrofe, y nos pasemos tres días lacerándolos a cuenta de los dichosos test chinos, a ver si podemos engordar lo bastante la pifia para sacarle algún rédito cuando haya ocasión de invocarla en un mitin.

Lo que sobra, también, es que ante la evidencia de que el 8 de marzo se llevaron a cabo actos multitudinarios que no fueron beneficiosos para la contención del virus y que se podían haber omitido, porque información había que al menos lo aconsejaba, sus impulsores, sean quienes sean, salgan con toda su artillería a la palestra, después de callar quince días, para proclamar que lo que hicieron lo hicieron estupendamente y que sólo pueden objetarlo resentidos con oscuras intenciones.

Y lo mismo da si el acto en cuestión fue un partido de fútbol, una mascletà o una manifestación independentista o feminista. En esta hora en que el dolor nos arrolla, su acto de autoafirmación es perfectamente prescindible y genera un ruido que distrae de lo esencial.

Lo que sobra, y produce bochorno, es que la petición de ayuda a una institución que cuenta con recursos extraordinarios que pone a disposición de todos, como son las Fuerzas Armadas, se demore o se obstaculice porque alguien tiene que darle más importancia a su personal empeño de reivindicación de la nación extraída de oscuros mapas medievales que ha convertido en el centro de su cosmovisión. Respete el derecho de sus vecinos a no otorgar a ese ensueño que le es tan querido la trascendencia central que para él tiene, y deje de estorbar el trabajo de los que pueden y quieren socorrer y tienen medios para hacerlo.

Lo que sobra, y es algo incómodo señalarlo, es que quienes se movilizan para ofrecer una ayuda inviertan más esfuerzo en dejar claro que se están movilizando, exhibirlo y publicitarlo, que en conseguir que esa ayuda sea efectiva, útil y tan rápida y tan generosa como sea posible. Quizá una buena regla para seguir estos días sea hacerse cuantos menos selfis mejor, salvo que se lleve una bata o un uniforme que pruebe que se está en primera línea, allí donde el riesgo anula la tentación del postureo.

Y lo que sobra, y produce náuseas, es que personas como la que representa a EH Bildu en el Congreso se permitan subir a la tribuna a impartirles lecciones morales a los españoles. Como heredera nada subrepticia del MLNV, que en términos de ayuda al semejante sólo puede acreditar haber ayudado a morir antes de tiempo a casi mil personas y a sufrir a muchos miles más, se las aceptaremos cuando pida perdón por las atrocidades de los suyos puesta de rodillas, con los brazos en cruz y en una mano las obras completas de Mao y en la otra las de Lenin.

O ni siquiera entonces.