Querido Armando:

El otro día me sentí como tú. Volvía de hacer la compra y me pilló el aplauso. Todo mi barrio salía a las terrazas a ovacionar mi gesto (antes) cotidiano de llevar comida a casa. No sé si sabes que vivo en una urbanización en forma de U. Tío, era como todo un anfiteatro batiendo palmas por mí... y pensé en ti, amigo, en el último día que me rompí las manos desde la platea contigo saludando en el proscenio.

Sigues siendo el hombre más guapo con el que me he cruzado en la vida. ¿Te acuerdas? Cuando hicimos El castigo sin venganza de Lope, en el colegio, te decía que eras como Matthew McConaughey, o como se escriba. "Pero en guapo", sonreías.

¡Ah! No te conté, cuando hablamos el miércoles, que el primer día que el presidente puso cara de preocupado, yo estaba allí. Era el día en que anunciaba sus primeras medidas económicas contra el bicho. Llevaba Sánchez un mes escondido o más, y ahora pides comida a domicilio y la sube él: está en todos lados.

Habló de trabajadores, de parados, de empresas de pymes... Oiga, y autónomos también, ¿no? Le interrumpí, tío. Mandé callar a todo un jefe de Gobierno y, claro, me fulminó con la mirada. Sí, sí, autónomos también, claro. Eso dijo.

Yo siempre quise ser periodista. Pero nada de freelance, sino a sueldo de un jefe. Y tengo uno bueno, de los que se juegan sus propios cuartos. Porque si nunca tuve ni tu talento ni tu porte, la realidad es que siempre carecí de tus huevos. Yo no hubiera tenido el cuajo de montar una compañía.

Querido, estos días encerrados pasan pocas cosas. Todos hablamos en pasado, rememoramos cosas, el olor a jazmín al dar la curva de casa con la bici, salir a tapear, improvisar unas cervezas, el riesgo de robar un beso... ¿Te imaginas ahora robar un beso? Eso sí merecería una ovación, o acaso la cárcel. Qué se yo.

Ésta no es la primera carta que escribo en cuarentena. He garabateado alguna, que no me atrevo a mandar, e hice la de los enfermos, ¿sabes? Ésa que pidió una cirujana de La Princesa para dar cariño a algún ingresado anónimo.

Y ahora te escribo a ti. Y contigo, sin conocerlos casi, a tu mujer y a los niños. Sé que estás asustado, Armando. Nunca te había leído así como el miércoles, tú que eres un soñador, el hombre que sonreía con los ojos más que la Gioconda, un artista de la ilusión.

Los periodistas, dicen, no debemos implicarnos. Las noticias lo son o no lo son. Ya, eso está muy bien. Pero he escrito por aquí que los autónomos sois el 18% de la economía de España, así que creo que no me embarco en una causa personal si sigo interrumpiendo al presidente, ¿no? Ahora, las ruedas de prensa son telemáticas, y mandamos las preguntas por guasap. Siempre mando la tuya...

Nunca había caído en cuántos sois los emprendedores valientes, los que os inventáis cómo salir adelante.

Pero oye, que me lío y en realidad te escribía para algo. Es que se me ha ocurrido... mira, si en Moncloa no rectifican, he pensado que tú eres actor, ¿no? Tengo un amigo, Carlos, que es productor; Ignasi hace el guión; luego está Marc, que es músico y puede poner la banda sonora; la chica de Carlos creo que hace escenografía... ¡Nos sale una peli con toda esta mierda!

Yo no sé montarlo, ya te he dicho que soy más de pagar la entrada y aplaudir. Pero oye, ¿no dices tú que nada ha acabado con el teatro en 2.500 años? Pues algo se nos ocurrirá. Por lo pronto, aquí tienes un amigo.