"Da mesma maneira que ser demócrata é un requisito básico para actuar en democracia, ser galeguista será un atributo elemental para actuar na democracia galega" (Alberto Núñez Feijóo, Discurso en el Foro Enrique Peinador, en Dodro 28 de septiembre de 2012).

La idea de Galicia como nación fragmentaria (la Galiza de la literatura galleguista) se ha propagado y prosperado de tal forma, desde su aparición decimonónica, que ha llegado, en la actualidad del año 2020, a penetrar en la Administración autonómica y municipal a todos los niveles (el propiamente administrativo, el lingüístico, el educativo, el turístico, el toponímico, el onomástico, el emblemático, etc).

Apenas la Administración gallega, a nivel local y regional, se dirige al ciudadano en español, cuya práctica desaparición como lengua oficial contrasta con la gran presencia social que sigue teniendo.

Ahora bien, esta labor de sustitución del gallego por el español como lengua oficial en la región no fue llevada a cabo en Galicia por un partido político, en el gobierno autonómico, que programáticamente fuese nacionalista fraccionario, como sí ocurrió, sin embargo, en el País Vasco con el PNV o en Cataluña con CiU.

Tras la extinción del Partido Galeguista, ya en los años 60, el BNG, que durante los años de la Transición pudo tener funciones semejantes a las del PNV y CiU, sólo contó en el Parlamento autonómico de Galicia con un diputado durante los años 80, el incansable José Manuel Beiras Torrado. El BNG accedió al gobierno de la comunidad, además en coalición con el PSOE, cuando el desarrollo competencial estatutario ya se había consumado.

Fueron los partidos de implantación nacional canónica (UCD, PP -AP en su momento- y PSOE -PSdeG-), y esto es lo llamativo sin duda del caso gallego, los principales artífices de esa infiltración institucional nacional-fragmentaria en las administraciones locales y autonómica de Galicia.

En Galicia no hizo falta el PNV del aranista Arzalluz, ni la CiU del honorable racialista Pujol, con el PP de Fraga, Rosón y Fernández Albor dirigiendo la administración autonómica fue suficiente para consagrar el mito de un Volkgeist galaico.

En proporción directa a ello, la idea de España como una "imposición castellana" ha penetrado en la sociedad gallega tan profundamente, de la mano, insisto, de esa Administración autonómica, como lo ha hecho en Cataluña o en el País Vasco.

Y esto se produce, no por casualidad, sino por una estrategia deliberada, derivada de la situación en la que se encuentra el galleguismo partidista durante el franquismo, y que cuajará durante los primeros pasos de la Transición. Una estrategia, además, que, aunque es obra de varios, lleva la firma de un nombre propio, a saber, Ramón Piñeiro, y su lectura e interpretación heideggeriana de la nación fragmentaria, en general, y de la gallega en particular.

Porque, en efecto, uno de los numerosos tentáculos (de los que habló Víctor Farías) por los que ha influido la política heideggeriana, o, dicho de otro modo, el nazismo en su versión ex cathedra heideggeriana, es la que viene representada por el nacionalismo fragmentario (anti)español, particularmente el galleguismo que tiene en Heidegger, a través del llamado piñeirismo, una inspiración muy directa (Julio Quesada, en Heidegger de camino al Holocausto, Ed. Biblioteca Nueva, 2008, ha hablado, aunque de refilón, de la influencia de Heidegger también en el nacionalismo vasco).

En este sentido, es de notar, que lo primero que se traducirá al gallego por parte de la editorial Galaxia, cuando esta sea creada en el año 1950 por el propio Piñeiro, es a Heidegger, en concreto además Da esencia da verdade (Editorial Galaxia, 1956, con una carta prólogo del propio Heidegger), obra en la que se justifica el carácter nacional, libre, de la Heimat (patria local), y que Heidegger leyó por primera vez celebrando el día de la Patria Badense, de donde era natural (Baden-Baden) el filósofo alemán.

La idea del piñeirismo, en su labor de zapa y erosión sobre las instituciones franquistas, era la de que el galleguismo penetrara por vía cultural (Universidad, mundo editorial, etc.) en la sociedad gallega, para, una vez muerto el dictador, tomar posiciones desde el prestigio ganado en ese ámbito y ocupar magistraturas importantes, de tal manera que el galleguismo no fuera monopolio de un partido (o de varios), sino que apareciera como doctrina transversal a todos ellos. Es decir, que el galleguismo no quedase absorbido partidistamente, sino que fuera un componente esencial de la política gallega.

Así, lo dice Piñeiro en sus memorias, "para nós o galeguismo non debía ser unha adscrición a un partido ou a posesión dunha ficha, senón a conciencia moral de todos os galegos, un imperativo ético que comprometese non ideolóxicamente, senon moralmente. O importante era que a ideoloxía, fose cal fose, supuxese a aceptación do galeguismo" (Ramón Piñeiro, Da miña acordanza, p. 112, ed. Galaxia, 2002).

Y esto fue lo que triunfó, en efecto, con Fraga, que no dudó en reconocer este mérito a Piñeiro, en un homenaje con ocasión de su fallecimiento: "[Piñeiro] supo comprender que el galleguismo no podía ser únicamente la bandera de un partido, sino un compromiso pleno de todas las fuerzas políticas y sociales" (Manuel Fraga ante la muerte de Ramón Piñeiro, agosto de 1990).

Feijóo no hace más que seguir fielmente esta estela, que, por supuesto, es toda una invitación, lo quiera o no Feijóo, a una lectura política separatista de la misma (una lengua, una cultura; una cultura, una nación; una nación… un Estado).