La idea de una lengua como rasgo (entre otros) característico de una “cultura” es una idea reciente, no anterior al siglo XIX, tan reciente como la idea de Cultura en sentido sustancial, sustantivo, elaborada en el ámbito de la filosofía alemana (es “el mito de la Cultura”, en términos de Gustavo Bueno).

Una concepción sustancialista de Cultura (la Cultura con K, decía Unamuno, que también insistió en las trampas metafísicas que subyacen en tal noción), que se ha filtrado en España, en algunas facciones, para justificar, a su vez, la idea fragmentaria de nación, haciendo de las lenguas regionales, en tanto principal “seña de identidad” de tales “naciones”, el caballo de batalla del separatismo actual (una lengua, una cultura; una cultura, una nación; una nación, un Estado; este es el hilo babélico del que tira el separatismo en su plan disolvente para España).

Esta concepción contrasta enormemente con la idea funcional, lingüística propiamente dicha -es decir real, y no mitológica-, de las lenguas. Karl Bühler hablaba de la "triple funcionalidad del signo lingüístico”, y con él Morris, Hjemslev, etc. según una concepción instrumental, tecnológica, si se quiere, del lenguaje (como medio de comunicación) que se ajusta en efecto a su realidad histórica. La idea mítica, sustancialista del lenguaje, no cuadra, ni mucho menos, con el desarrollo histórico de las lenguas.

El español, como lengua se ha expandido por toda España, constituyéndose por ello mismo como única lengua común, precisamente por razones funcionales, logísticas (y no por imposición política, como pretende el separatismo).

Y es que, en efecto, uno de los tópicos más repetidos, relativo a las lenguas vernáculas regionales, tópico que se ha hecho ley en España, es el que se ocupa de considerarlas como lenguas “propias” de la “comunidad autónoma” correspondiente, pero, de nuevo, en un sentido de la “propiedad” sustancialista, que excluye la comunidad (como si algo por el hecho de ser común dejara de ser propio). Particularmente en los Estatutos de Autonomía, así como, en general, en el ordenamiento jurídico relativo a estas lenguas, se insiste en ello una y otra vez.

En el Estatuto de Galicia, por ejemplo, art. 5, se dice, sin más, “la lengua propia de Galicia es el gallego”. Queda excluido por tanto el español, parece deducirse, como lengua “propia” de la región, viéndose así este desplazado a la condición de lengua adventicia, impropia, postiza, extraña, en fin.

Cuando además, desde instancias oficiales (ya no de sectores más o menos marginales) –sin ir más lejos, desde la web de la Xunta de Galicia-, se habla de la “imposición” del español durante siglos en dicha región, y de la “normalización”, necesaria, como compensación de tal imposición para restaurar la “lengua propia”, entonces es imposible, desde tales premisas, evitar la obstaculización, cuando no directamente el impedimento o negación del uso y aprendizaje del español en dichas regiones.

El español, esta es la evidencia incontrovertible que inspira a la legislación, ha desplazado violentamente a las lenguas vernáculas a la marginalidad, a la “anormalidad”, y, ahora, con la democracia, hay que devolverles a esas lenguas su dignidad, al lugar natural que les corresponde como “lenguas propias”, frente al español extraño e invasor.

Es más, atendiendo a la “filosofía de la Historia” galleguista implícita en tal legislación, los tres siglos (del XV al XVIII) durante los que tiene lugar el desarrollo de España como potencia intercontinental (y a Galicia como parte suya) son llamados “siglos oscuros” para Galicia, suponiendo que la “identidad gallega” queda anulada, desaparecida, durante este período (como si ser parte de España no representase ninguna identidad), para “renacer” en el XIX de la mano de Murguía, Rosalía, Pondal y otros próceres de ese llamado Rexurdemento (parecido ocurre con la legislación en Cataluña, País Vasco, Valencia, Navarra y Baleares).

Así la “identidad española” se ve como algo completamente ajeno a “lo gallego”, como conjuntos disyuntos, de tal modo que, durante el período en el que aquella se manifiesta con mayor vigor histórico (el Imperio español), esta desaparece (o se mantiene muy en precario), volviendo a reaparecer, justamente, cuando España comienza a transitar el camino de su decadencia.

Y es esta visión, digamos, conspiranoica, que es la oficial e institucional, completamente falsa históricamente, la que sirve de coartada para, ahora sí, marginar al español de la vida social, literaria y administrativa de las regiones correspondientes. La división lingüística de los españoles, su babelización, está en la ley en las leyes de normalización. Creo que es bueno saberlo.