Contra el signo de los tiempos, contra el flamenco choni de Rosalía, contra los prosistas gallegos y contra esa subcultura dominante hay poco que hacer. Traigo hoy una fotografía de la semana pasada, pudiendo haber traído a Ábalos en la terminal o a Rufián con una gabardina y como el nuevo Iván Redondo de Moncloa.

Pero hay que hablar de los Goya, o de cómo la industria subvencionada se aplaude en sus carencias, feliz cual gorrino en charcas. Fue en Málaga y fue en enero, por cuando el día crece y el frío nace. Ya no hay Prestige, ya no hay Aznar, la izquierda se pone pajarita y pide su paguita al ICO o San Pedro.

Nadie dijo nada de que Martín Carpena -nombre del recinto que acogió la gala- fue un concejal asesinado por ETA un día que en Málaga tocaba Maná; nadie pensó en reprocharle al Gobierno este estado de excepción a las mentes libres; en lugar de eso, Buenafuente y señora y el circo de titiriteros rindiendo pleitesía al sanchismo en celuloide.

Cierto que estaba Antonio Banderas, galán con rubia y lecturas y sentido patrio. Cierto que estaba Almodóvar con su biopic y ese intento brillante de estirar el chicle de niño manchego al borde de un ataque de nervios y en plena senectud. También estaba Tosar, que es buen actor en papeles intensos, y Antonio de la Torre. Es decir, que el cine español tiene buen material a pesar del bodrio dominante.

Porque es precisamente el bodrio creativo, la concepción Javis del cine patrio, la que demuestra que los Goya son un Cannes pero en pobre con el chaqué alquilado en una sastrería de Serrano. Dicen que falló la realización, y yo vi que ni Dios se acordó de que a Juan Guaidó lo recibían a 380 kilómetros a vuelo de pájaro.

Sé que la foto es ya antigua, que podríamos haber interpretado aquí el frame en el que el Follonero le desea un "hostión" a Abascal con risas enlatadas y dos hormigas fumadas a la altura de los genitales. Pero es que en los Goya, Andreu Buenafuente se ciscó en Garci, en mi Garci, y por ahí no paso.

A Garci lo desdeñan los titiriteros, los neotiriteros y todos aquellos que tienen fijación fílmica por el 36 y las cunetas. Garci, ajeno a esta caterva, a una Academia que sólo tiene el interés de estar al lado del antiguo despacho de Bárcenas, nos ha venido contando al hombre sereno que es Germán Areta. Garci con cuatro perras hace una obra maestra, dirige a bellezones y galanes, recicla el material de los sueños y pasea por El Retiro.

Garci no hace croquetillas sociales en los canapeses, sino que llama a Manolo Alcántara al Cielo y hablan de las cosas importantes: Dios, Legrá, el Marca o Wilder. Garci se viste por los pies, es el más elegante de los feos y a nadie le quedó jamás mejor nunca una americana con holguras.

Cuando Buenafuente y el cine español tratan de apestado a Garci, cuando El Crack es el cine que no quiere la Academia, yo sé qué país nos espera. Muchas asignaturas pendientes para volver a empezar.