Las tres chicas norteamericanas que acusaron de violación a tres jóvenes afganos en Nochevieja contrataron un seguro por agresión sexual antes de su viaje, sus historias no acaban de encajar, los informes médicos no ven la agresión por ningún lado. La modelo rusa que acusó a Theo Hernández de violarla en el parking de una discoteca ha sido arrestada por denuncia falsa.

Estas noticias resuenan en paralelo con otras que hablan de brutales ataques, de atentados contra la dignidad de personas que no volverán a ser las mismas. Hay heridas que suponen un antes y un después, que convierten tu cuerpo en el macabro souvenir del peor día de tu vida. Cómo alguien puede inventarse que ha pasado por semejante trago es algo que, gracias a Dios, escapa al entendimiento cualquier mente decente.

En el primer caso, la pasta es la excusa para la mentira. Contratamos un seguro antes de salir de viaje, seducimos a unos chavalines inmigrantes y mira tú qué fácil. Encima somos tres, y de América. Y ellos no. El toque de racismo sobrevolando la presunción de culpabilidad.

En cuanto a la rusa, el escándalo suministra la fama que la individua en cuestión venía persiguiendo de programa en programa telecinquero. La guinda del pastel de la indignidad más petulante. Mi fin justifica mis medios, y que se joda el prójimo. Si encima es futbolista y gana pasta, pues que se joda más, bastante suerte ha tenido ya en la vida.

Me pregunto si esa falta de integridad, de una mínima piedad hacia los acusados en falso es un rasgo de psicopatía o simplemente de hijoputez. Sucesos como estos nos provocan, en un primer momento, incredulidad. Normal que creamos que semejantes energúmenos solo existen en las películas, pero lamentablemente la realidad, una vez más, supera la ficción.

Cuando, por fin y con suerte, las bicharracas son descubiertas, llega la repugnancia. Cómo es posible que seres tan deleznables vivan entre nosotros y no muestren ningún rasgo físico que nos alerte, que nos proteja.

Culpar a alguien de infligir un daño físico a otro, más cuando hablamos de delitos sexuales, es ruin y cruel, no solamente en cuanto al sujeto acusado, sino a la sociedad en general.

Las que mienten nos atacan a todas, porque todas somos víctimas potenciales y, lamentablemente, porque casi todas lo hemos sido de facto. Solo hay que recordar los resultados del cuestionario #QueSeSepa.

Muy probablemente, esas que ahora escupen porquerías ficticias, han sido objeto de algún abuso, sin embargo, su falta de moral es tan brutal que saltan incluso por encima de las propias desgracias. Ausencia de respeto hacia una misma como máxima expresión de la degradación del ser humano.

Las bicharracas, con sus patrañas perturbadoras, dan la razón a los que nos culpan de exagerar, de ser tiquismiquis. Te toco el culo. Te grito obscenidades. Estoy en mi derecho. Ni se te ocurra quejarte. Esto siempre ha sido así. Sois todas unas mentirosas.

Las malditas bicharracas colocan sobre las demás el peso de la prueba y el peso de la duda. Y el de la humillación. Refuerzan a quienes no quieren que denunciemos, ensucian la verdad de otras, de tantas.

Por otro lado, están esos verdugos que en realidad fueron víctimas, cuyas reputaciones se han visto arrastradas por el lodo. Qué horror para ellos y para sus familias.

Lo justo, que no lo legal, sería que a las bicharracas se les impusiera la pena que habrían recibido ellos de ser sentenciados. Un ojo por ojo de toda la vida de Dios. A ver si así disuadimos a otras bicharracas. Pero eso no va a pasar, así que nos conformaremos con saber quiénes son, para apartarnos. Para apartarlas.