España le queda holguerona a Pedro Sánchez. La alquiló para pasar la Nochevieja del politiqueo y la devolverá gastada y deforme media legislatura después con la babilla de los tipos que se inmolan contra la Transición reseca en las solapas. Nuestras primeras nocheviejas fueron la proyección del tiempo que pasamos en el váter mirándonos los pies. Por las cañerías bajaban los niños que se nos perdieron, como le bajaban a Pedro Sánchez, el hombre canasta de la España montaraz que se viene, los políticos que nunca será. Pasó horas frente al espejo escudriñándose por las cicatrices del acné su futuro, que es la actualidad, nuestra actualidad, el revuelto de pasados que nos ha tocado vivir.

No hay nada más incontrolable que un hombre empecinado y triste, a Pedro Sánchez le cuelga del hombro una derrota disfrazada, la derrota de los que nacieron sin estrella y lo saben y hacen todo lo posible por esconder ese pesimismo irremediable que llevan pegado a la suela. Su determinación es un resorte marchito, el bostezo del sentimiento de inferioridad que dirige desde ya el país.

Igual que Rajoy cae simpático porque sí por culpa de una literaturilla construida con prisas en algunos aburridos círculos periodísticos —qué cínico y qué gafe y qué hortera su búsqueda deliberada de la simpleza—, Pedro Sánchez se nos aparece como triunfador gracias a las letras arrojadas sobre ese carisma pantanoso de guapo de instituto. Es presidente hoy —la victoria de su vida— con una compañía inexplicable que lo explica perfectamente.

Esos éxitos están malditos, como las casas de las películas que alguien decidió construir sobre cementerios, donde no paran de ocurrir cosas paranormales, pronto Pedro Sánchez oirá ruidos en Moncloa, habrá fantasmas, la televisión se encenderá sola y aparecerá dibujado en el teletexto, el BOE de la clase media, el rostro feísimo de las provincias que estrujan su ambición oceánica.

Pedro Sánchez ya se ve mucho más allá. La investidura es un trámite para su gran objetivo: ser el hombre por el que se explique la nueva España que se está cociendo. Convertido el Congreso en un aquelarre de comerciales, el sueño de Tecnocasa, comandados por Lastra, la musa del socialismo flácido, sólo le queda alargar la juerga lo suficiente para que explote el proceso constituyente de la tercera república que escribía Raúl del Pozo que le había dicho alguien de Izquierda Unida ayer. Supongo que ve esa posibilidad como el regalo perfecto a Begoña para un San Valentín de estos.

A Raúl del Pozo le pregunté el otro día por Molés y acabamos hablando de la avioneta que se compró El Cordobés y de Pedro Sánchez. Sobrevolaban bajo la Mezquita, ya ves, un trago. “No sé si es una traición o un error estúpido“, flipaba con Pedro Sánchez y la batucada que tiene montada. Desde hoy gobierna un malaje cargado de trucos.