Si este cuento de Navidad lo escribiera Dickens, al final Pedro llamaría a Inés, Pablo se abstendría y habría un gobierno reformista y constitucionalista en España capaz de ilusionar a varias generaciones, capaz de aislar a los extremos, y a quienes desde allí azuzan el enfrentamiento y la discordia. Pero el pacto del insomnio con Iglesias acaba con los sueños. Incluso con las pesadillas, tan sanadoras a veces.

¡Qué bien le haría a Sánchez aquel espíritu de Marley, abriéndole los ojos a las nefastas consecuencias de la ambición y el egoísmo! ¡Qué efectos extraordinarios podría causarle la visión del espectro de la Muerte al mostrarle su futuro: una tumba solitaria y fría después de haber desaprovechado la gran ocasión de su vida! Al despertar sería otro. Incluso aceptaría preguntas en las ruedas de prensa. A pecho descubierto.

En otras Navidades ya lejanas, recién estrenada la Democracia, Suárez brindaba por el pueblo español con el deseo de que algún día tuviera "dirigentes mejores que los que actualmente posee". ¡Si hoy levantara la cabeza!



Quizás un exceso de soberbia hace creer a Sánchez que, una vez en el poder, podrá contener al dialogante Rufián, que ha comparado el desvaído mensaje de Nochebuena de Felipe VI con el discurso de Abascal. O que sólo con ibuprofeno -como apuntó Borrell- hará que los separatistas dejen de usar la televisión pública y las aulas como arma de destrucción masiva del pensamiento. El último hallazgo del independentismo ha sido convertir los villancicos en canción protesta. "Lo volveremos a hacer", a ritmo de zambomba y pandereta.

Al lado del candidato a la investidura, quienes prometían asaltar el cielo, tan vehementes e irascibles, están agazapados, sin hacer ruido, rumiando revoluciones a la espera de tener su oportunidad y mando en plaza.

Esa soberbia de Sánchez... Scrooge era viejo. En un momento dado, los años permiten ver las cosas con otra perspectiva. La obsesión de los partidos por renovarse ha llevado a España a jubilar a dos generaciones enteras de políticos y a convertir a treintañeros en líderes todopoderosos, pero volubles y sin contrapesos. Muy probablemente un Scrooge joven se habría reído de los fantasmas y hubiera muerto siendo el mismo tipo ruin y huraño de siempre.

Scrooge llegó a tiempo de hacer lo correcto y su gesto mereció el haber vivido una vida. Pero, ¿quién cree hoy en los cuentos de Navidad? ¡Bah, paparruchas!