Yo, de verdad, que no os entiendo.

Por un lado, cada vez que algo os ofende y os indigna, montáis la de Las Navas de Tolosa. Que si el humor tiene un límite, que de esto no se habla, que esto no se dice, que no saltes en el sofá, que con la comida no se juega, que me dejes te digo. Es lo que debieron pensar, me imagino, los/las/les (atentos a la cintura que me gasto para no herir susceptibilidades) del colectivo trans que boicoteó al profesor Pablo de Lora en la Pompeu Fabra por algo que iba a decir y que, seguro, les iba a ofender. Sin haberlo escuchado. Este dato es importante. Ofendibilidad preventiva, lo llamo yo.

Pero por otro lado, cada vez que algo dicho por vosotros ofende e indigna, o ni eso, a poco que no recibáis la atención que vuestra particular idea del mundo os indica que debéis recibir, porque es de justicia que eso suceda, apeláis a vuestra libertad de expresión. Es lo que debió pensar cierto escritor que comparaba lo ocurrido con de Lora (un boicot, un impedimento por medio del hostigamiento y el acoso a que su charla se desarrollara con normalidad) con que a él no le entrevistasen en los medios, no le devuelvan llamadas o correos, o no le inviten a jornadas y conferencias.

Dejemos una cosa clara y lo explicaré como si todos fuésemos gilipollas (yo la primera, no se me alborote nadie): la libertad de expresión, como derecho fundamental que es, no implica necesariamente la obligatoriedad por parte del resto de la población a una escucha activa. A lo que sí impele es a que todos podamos convertir en verbo nuestro sagrado derecho a la libertad de pensamiento, con los claros límites que marca la ley. 

Pero el de enfrente, queridos míos, puede pensar con mayor o menor acierto, que lo que tú dices no tiene ningún interés o que, directamente es una bazofia infumable. O que no tiene ganas de escucharte y prefiere pedir otro gin-tonic y ligar con la moza del final de la barra. Y puede coger sus cosas y largarse con viento fresco, cerrando la puerta de un portazo, despidiéndose amablemente, hacerlo a la francesa o haciendo ondear su capa al salir. Que para eso cada uno tiene la educación que ha recibido y no otra.

Si los/las/les (ole yo) del colectivo trans no hubiesen asistido a la charla de de Lora porque no les interesaba, o hubiesen asistido y luego abandonado la sala, o hubiesen prestado atención respetuosamente, disentido en lo expuesto y manifestado esa disconformidad mediante argumentos, su actitud me parecería la justa y deseable en un Estado de derecho.

Si a un editor, un director de periódico o un organizador de saraos random le obligaran por la fuerza (apuntándole con un arma a la cabeza, por ponerme dramática) a responder a todas las llamadas de cierto escritor, entrevistarle todo el rato e invitarle a todas las charlas, porque lo contrario es invisibilizarle y ponerle triste, me parecería un atropello y un despropósito.

La libertad de expresión de cada uno, que ya no sé cómo decirlo, implica necesariamente la libertad del otro a buscar y recibir información, eligiéndola y seleccionándola con esa misma libertad. Un respeto.