Gran parte del planeta está todavía hablando del partido de fútbol que ha sido més que un partit. Sin duda: se estima que más de 650 millones de personas en 180 países diferentes han estado pendientes de él, en gran parte por la situación extraña que ha rodeado esta cita deportiva, o lo que haya sido. El ingenio y la fortaleza de Tsunami Democràtic, así como la permisividad general hacia sus acciones en Barcelona, ha transformado el evento en algo que supera lo futbolístico.

Pero resulta singular que el mismo día que 22 tipos muy bien pagados se disputan un balón de fútbol sobre el césped del estadio más vigilado del mundo, Jewher Ilham recoja el premio Sajarov en nombre de su padre, el economista uigur Ilham Tohti. La historia del activista que lucha por los derechos de esta minoría china parece, decididamente, más apasionante que un encuentro en el Camp Nou, pero los directores de las cadenas de televisión no opinan lo mismo. Tampoco, claro, millones de espectadores frente a pantallas de todos los tamaños.

Pero Tohti lleva incomunicado en la cárcel desde 2014, cuando fue condenado a cadena perpetua por las autoridades chinas. Su crimen ha sido fomentar el diálogo entre el pueblo uigur y el han. Se cree que en los últimos tres años han sido recluidos en campos de internamiento cerca de 1 millón de uigures, a quienes al parecer se obliga a renunciar a su identidad étnica.

Allí, en esas circunstancias, seguro que no hay días buenos. O igual sí, si algunos de los detenidos conocen y siguen el criterio de Viktor Frankl, el neurólogo austríaco que sobrevivió a Auschwitz gracias a que, “si tienes un porqué, siempre hay un cómo”.

Para Leila Guerriero, un día bueno es uno en el que pudo escribir, correr y cocinar. Por ese orden. Se olvida la periodista argentina de amar, aunque quizá eso lo haga todos los días.

Del amor habla con asombrosa luminosidad Juan Casado, que acaba de presentar en el Ateneo de Madrid Dame tu mano (Kailas, 2019), su segunda novela. Los personajes que defienden con solvencia esta historia son médicos, como el propio Casado, y están -casi-, tan vivos como él.

A sus flamantes 75 años, con una carrera pediátrica que muy pocos, o quizá nadie en España, puede presumir de superar, a Casado en absoluto le sobra tiempo, pero lo encuentra, y lo utiliza para escribir con notable soltura. Entre las numerosas peripecias vitales de Félix y de María destacan las ganas de amarse. Porque la última etapa de la vida, donde ambos se encuentran, no tiene por qué incluir hastío alguno. Ya dijo la lectora de novelas de Foodie Love que no tenía miedo de morir sola y pobre, pero que sí lo tenía de hacerlo triste y aburrida. Hay un abismo, claro, entre las dos cosas. Casado lo sabe muy bien, por eso ni está triste ni se aburre nunca.

Tampoco Javier Cercas, a quien aún le dura la energía del premio Planeta que conquistó en octubre. El autor de Soldados de Salamina (Tusquets Editores, 2001), su gran obra, asegura que siente una “desconfianza visceral” por todo aquel que nunca cita a nadie, ya que todo lo que se escribe ya ha sido dicho anteriormente, y seguro que mejor de lo que nosotros lo hacemos. Con esa extraña sensación vivimos quienes seguimos escribiendo, a pesar de semejante peso, tan cierto.

Quizá el exjugador del Barça Diego Maradona se haya quitado alguno de encima al asegurar, por vez primera, que él no es el mejor futbolista de la historia: ese fue Di Stefano, dice el Pelusa. Seguro ha visto este partido que es mucho más que un partido. Seguro que Tohti, quizá el próximo Premio Nobel de la Paz, no ha podido hacerlo.

Ojalá que los dioses tengan reservada, frente al paraíso, butacas de primera fila para aquellos a los que se les negó este infierno. Para Luther King, para Gandhi, para Mohamed Bouazizi, el mártir de la primavera árabe en Túnez, para Mandela, para Tohti.