La vida es más vida con Joaquín. Hay que verlo como el presidente in péctore del Betis, con las vírgenes de Lopera en el dormitorio o en la cartera, y con las noches de Halloween y El Barrio en el contestador de su móvil. Su historia es la nuestra, sus galopadas, su don de lenguas, su testículo madurado al sol de la niñez (según confesión propia en lo de Bertín) nos lo muestran como esa última nervadura de guasa, de felicidad, que queda en esto que llaman España.

Hubo más que justicia poética cuando nuestro Joaquín le cascó un hat trick al Bilbao e Iceta se sacaba del sobaquillo nueve naciones y una calculadora. Fue este domingo, sí, con un vermut feliz en El Colmao de San Andrés, este templo donde el fútbol queda callado por un piano y nos van llegando pushes como goles, goles como pushes, y hay un dálmata de porcelana que nos ladra en silencio como preguntando "¿Quién va?".

A Joaquín lo hemos visto en las noches más felices de Triana y en las noches más tristes de la Selección. Qué noche aquella en El Rejoneo, a la orilla del Río y de la Calle Pureza y Joaquín allí, haciendo cola para el wáter y contando chistes cuando ya habían encerrado a la Esperanza en una salida extraordinaria y yo era orgulloso capillita, un junio ya pasado. Recuerdo que Joaquín cogió la guitarra y no cantó, como hizo en su celebérrima confesión de tenista en el Olímpico de Málaga y junto a Hulio Baptista.

Hay quien ha definido la Cultura -en mayúscula- como la creación de un ambiente, y Joaquín en Italia o en Mestalla ha congregado siempre a los suyos como en una zambombá flamenca, lo de Güiza era distinto y no apto para todos los públicos. Joaquín es el español eterno, con esa rubiedad que tienen los tataranietos de los bodegueros del Puerto que se enamoraron de una cepa y del baile de aquellas gaditanas que se hacían tirabuzones frente a los lores.

Joaquín no envejece o envejece bien, como Paul Newman o Pepe Bono, y ni su fútbol ni su sonrisa se han resentido del zapaterismo, del marianismo y de esta incógnita perversa del narcisismo sanchista. Yo quiero a Joaquín porque siempre está ahí, en la peor tormenta, como una Virgen del Carmen que procesiona cada domingo en la Avenida de la Palmera.

Joaquín nació para torero y lo será, que ya nos dijo el maestro que no se torea como se es, sino como se quiere llegar a ser. En la época de Rubiales vs. Tebas, parece que el fútbol es una cuestión de Villarejos y zapatófonos, tan lejos de los mitos. Y sin embargo los mitos, de Joaquín a Ovejero, están ahí fuera para que los cantemos.

Y eso hacemos cuando nos dejan...