Pablo Iglesias ha escrito a sus seguidores que tendrán que ceder en muchas cosas. Parece que le ha costado, pero al fin la luz se abre paso en la mente de uno de nuestros más conspicuos y coriáceos dogmáticos. Búsquelo o no, esta declaración del líder de Unidas Podemos abre el camino por el que antes o después tendrán que transitar quienes quieran contribuir a sacar al país del fangal en el que ahora mismo anda atascado, ante el júbilo de todos los que desean su colapso y la desolación de cuantos creemos que hay algo que salvar en este centenario invento.

En el momento presente están de más esos atrincherados paladines a los que nos han acostumbrado los últimos y tristes años. Lo que se necesita en esta hora es gente que se desdiga, que sepa hacerlo acerca de asuntos principales y que lo haga bien y oportunamente.

La política es el arte de lo posible, y ello no exige abdicar de los principios, pero sí, en coyunturas como la que nos ocupa, saber aplazarlos o atemperarlos en aras de un bien superior, como lo son el porvenir, la paz y el bienestar de la comunidad y de las personas que la forman. Sólo poniendo a un lado algo de lo que ayer mismo era irrenunciable cabe ser útil, como fuerza mayoritaria o minoritaria, desde el gobierno o en la oposición, a la ciudadanía y al Estado en que se organiza.

Los resultados del 10-N sólo dejan una cosa clara: no habrá gobierno que no tenga como eje al PSOE, que no sólo es la fuerza más votada con diferencia, sino la única que permite construir una mayoría viable. Tiene pues la obligación de intentarlo, y de hacer todas las cesiones y concesiones que sean precisas, pero también de pedirles a los demás que se apeen de alguno de los burros en que han montado con tozudez, y el derecho de pactar con aquellos que se avengan a renunciar, así sea sólo por ahora, a cuanto pueda estorbar la acción de gobierno. Incluidas, claro está, cualesquiera pretensiones de empujarlo en una dirección contraria a las líneas básicas del programa del partido vencedor o al marco constitucional que establece las reglas del juego.

Sobre esa premisa, la opción de la renuncia, del necesario desdecirse de lo solemnemente dicho, se les ofrece a todos, y quien mejor y más pronto lo haga tendrá la ocasión de influir en la gobernación y aportar así a la solución de los muchos y muy perentorios problemas a los que nos enfrentamos.

Quedan por su talante excluidos aquellos para quienes rectificar presenta una imposibilidad metafísica, como los seguidores del chiflado de Waterloo o quienes han crecido en votos cabalgando el corcel de la intransigencia. Los demás, desde luego Unidas Podemos, pero también Esquerra, Ciudadanos o el mismísimo PP, deberán pensar si quieren permanecer en la irrelevancia a efectos del desbloqueo o si quieren asumir algún protagonismo en la salida de este berenjenal, y en tal caso apresurarse a ceder de manera constructiva, incluso si hacerlo conlleva que los más airados los motejen de veletas o traidores.

Quien tal no haga, mal podrá luego criticar lo que resulte, salvo que quien gobierne cometa el error de conceder lo que un gobierno de España no puede nunca admitir, que es la inobservancia de las leyes que lo rigen.