Al mismo tiempo que una multitud vociferante, fea por el odio y el mal gusto, trataba de impedir –a salivazos, empujones y golpes– la entrada de los invitados a los Premios Princesa de Gerona, la niña que lleva ese título, con más aspecto de princesa que nunca, se lanzaba a hablar en un catalán en el que ni los pijos barceloneses, ni por supuesto los comunes –no necesariamente sólo los argentinos–, no digamos los montillas, ni Rufián, soñaron nunca hablar.

¿Apreciaron el gesto los que antes exigían cariño y comprensión del resto de España y ahora sólo escupen odio institucional? ¿Lo tuvieron en cuenta los que en la calle alimentaban su resentimiento con la efigie del Rey en llamas? No. En su universo paralelo, cuesta más aceptar la imagen de la princesa Leonor hablando en un perfecto catalán que a Hitler recitando la bendición del Shabat.

Ya hemos repetido hasta la saciedad que los cimientos de esa distopía son tremendamente sólidos. El de la Educación puede que el que más, porque coge a sus víctimas en la edad de la inocencia y la confianza en la autoridad. Y porque les da, a los más débiles, los instrumentos necesarios para negar la realidad si contradice la doctrina aprendida.

En Baleares, donde los de Mordor sólo esperan para concluir su obra a que confluyan por un tiempo la izquierda y el nacionalismo en las colonias insulares y en Madrid, ha tenido que ser la sociedad civil –en este caso Societat Civil Balear junto con la única asociación de la enseñanza no nacionalista, PLIS–, quienes pongan de nuevo, negro sobre blanco que el adoctrinamiento es un hecho y que cuando examinados con rigor y detalle, el 85% de los libros de texto que se utilizan en las islas, prácticamente la totalidad incluyen –muchísimos muchos, algunos– elementos de manipulación, hay motivos para estar preocupados.

Esta vez se han tratado sólo los de Lengua y Literatura Catalana –sí, catalana, en Baleares– pero les adelanto que los de Historia son otro festival del embuste y del enredo.

Invención o suposición no probada de hechos, ocultación de los que no son convenientes, ausencia de contextualización para reforzar la visión parcial que se quiere imponer, interpretaciones políticas o ideológicas sesgadas, anacronismos, reinterpretaciones de hechos pasados desde la óptica actual, medias verdades y mentiras, todo con tal de conseguir ofrecer una visión victimista de Cataluña y de su única lengua –por los siglos de los siglos– y construir el “espíritu nacional” de los territorios de habla catalana, justificación última de una Nación-Estado, que una vez fue, y que deberá volver a ser en breve (aunque sea a la fuerza).

Y así, la convivencia de dos lenguas en un mismo territorio es siempre conflictiva, el bilingüismo es letal para el catalán porque lo humilla y lo condena al ostracismo, el castellano es un instrumento de opresión por parte de una clase social o del Estado, el catalán es la lengua propia frente a la ajena –el castellano– y hubo un tiempo en que fue la lengua oficial (como si en el pasado existiese ese concepto) del territorio legendario de los Países Catalanes. Y tiene que volver a ser así.

Los patrones de adoctrinamiento son diversos: desde la victimización (mediante el borrado, la ocultación o la mentira sobre los hechos que la contradicen), a una grandeur en la que Cataluña y el catalán fueron siempre pioneros; o el relato fundacional nacional y la contextualización de la catalanidad de las Baleares, Valencia y el sur de Francia.

Así, los condes catalanes se convierten en reyes, mucho antes del matrimonio de Ramón Berenguer IV con Petronila. La Corona de Aragón muta en Confederación catalanoaragonesa o Monarquía catalanoaragonesa y los reyes de Aragón, en reyes de Cataluña. Las Cortes catalanas se convierten en el primer parlamento y las primeras naciones unidas. En el imperio catalán casi que no se pone el sol: desde el sur de Francia hasta Grecia, pasando por las islas de Córcega y Cerdeña. Con la Inquisición (que, por cierto, existía en Aragón siglos antes que en la Corona de Castilla) se extiende el castellano.

Los Austrias son malos porque arruinan a la burguesía catalana y aragonesa. Los Austrias son buenos y por eso se les apoya en la guerra de Sucesión (perdón, de secesión). El Decreto de Nueva Planta prohíbe el catalán (en ninguna disposición se dice), la Constitución de Cádiz prohíbe el catalán (lo mismo), Franco prohíbe el catalán (se editan libros en catalán a partir de los años 40, se instituyen premios en catalán, se crea Òmnium Cultural)…

La evidencia histórica no importa: por más que se sepa que el Siglo de Oro de las literatura catalana –el XV– coincide con el reinado de la dinastía castellana de los Trastámara, se insistirá, una y otra vez, que los Trastámara castellanizan la corte y provocan la decadencia de la literatura en catalán. Así que el gobierno de Torra decide retirar del Palacio de la Generalitat –por ideológica– una pintura sobre el Compromiso de Caspe.

Por eso, por todas las mentiras repetidas una y otra vez hasta casi perderse el recuerdo de la verdad, los orcos ocupan las calles de Cataluña y, si les dejan –si les dejamos–, las de Baleares también.