La lista de riesgos y contraindicaciones en este apresurado viaje de S. M. el Rey a Cuba, justo después de las elecciones generales, es interminable.

Sólo a un osado Sánchez y a un torpe blanqueador de la dictadura como Borrell se les ocurre este desaguisado. Los lobbies de empresarios de negocios ventajistas en Cuba deben estar agradeciendo el esfuerzo continuado del PSOE, desde Felipe González, por involucrar a la Corona con sus mezquinos intereses cortoplacistas.

A la pregunta de si debe ir Felipe VI a Cuba sugiero una respuesta: sí, a presentar una eventual Commonwealth de Cuba con la Corona de España, en democracia y libertad.

El objetivo de la dictadura castrista, aún vigente, es mantenerse, durar lo más posible. Para ello, el gobierno cubano sabe que las relaciones políticas internacionales juegan un papel esencial y ellos son expertos en sacar partido de decenas de dignatarios de todo el mundo. Los castristas, en el fondo, desprecian a los dirigentes internacionales que visitan la Isla porque, salvo raras excepciones, los observan como peces que han caído en la red: siempre se les podrá sacar algo.

El vínculo de España con Cuba no es el de los empresarios hoteleros, socios de Fidel y Raúl Castro: es el vínculo histórico de dos pueblos, de familias, de proyectos de convivencia centenarios. España ha tenido grandes embajadores en Cuba. El más famoso fue Juan Pablo de Lojendio que, en 1960, zarandeó en directo en TV a Fidel Castro por calumniar a la Embajada de España. Otro embajador destacado fue José Antonio San Gil que dimitió de su puesto en La Habana en 1994, ante la melíflua política del ministro español de Exteriores, Solana, y los alegres bailes de Felipe González en el cabaret Tropicana.

Precisamente San Gil me comentó en La Habana en 1992 que él percibía una intensa proximidad entre los pueblos de Cuba y España: "Para los españoles, Cuba es como las Canarias, pero un poco más lejos". En efecto, después de más de cien años de independencia, el periodo dictatorial cubano es superior al de la libertad. Si hubiera un referéndum en Cuba en el que, siguiendo el modelo británico de la Commonwealth, la Corona española se ofreciera a continuar un vínculo histórico de progreso y libertad sería un buen final de la pesadilla castrista. Frente a dictadura y pobreza, libertad, democracia y progreso económico y social.

Los cubanos son muy celosos de su independencia. Tienen todo el derecho. Pero antiguas colonias como Canadá, Australia y Nueva Zelanda mantienen un vínculo histórico con la Corona británica (que es un trasunto de un vínculo entre sus pueblos) y nadie piensa que esos grandes países democráticos no sean independientes. Son democracias en libertad que aprecian y mantienen un vínculo histórico. Es decir, la política recoge lo que hay en el sentimiento profundo de dos pueblos que en el caso de Cuba, para los españoles y muchos cubanos, eran provincias del Reino de España, no sólo colonias.

Se puede aducir que Canadá admitió la jefatura del Estado británica fruto de un acuerdo de la Commonwealth y que los EEUU, que ganaron su independencia por una guerra como Cuba, no la aceptaron. La diferencia es que la república norteamericana es la historia de un éxito, pero el caso de Cuba es la historia de un fracaso, casi de un estado fallido: durante más de la mitad de su independencia han padecido una dictadura.

Precisamente las iniciativas socialistas de visitas reiteradas y financiación de la dictadura castrista van en la dirección contraria al vínculo histórico: aleja a España del afecto de los exiliados y de los demócratas de la Isla que llevan años esperando un cambio hacia la libertad y que la legitimación de la izquierda española, y parte de la derecha, contribuyen a retardar.

Por supuesto, a S.M. el Rey no le corresponde constitucionalmente una iniciativa, una oferta, de ese alcance de Commonwealth a la española que podría también ofrecerse a Puerto Rico, pero harían bien los políticos españoles, de cualquier signo, en preocuparse más por la libertad y bienestar de los cubanos, en mantener y en fortalecer el vínculo histórico de nuestros dos pueblos en lugar de satisfacer el blanqueo socialista de su apoyo a la dictadura y la legitimación de negocios ventajistas, impresentables, de empresarios y hoteleros socios al 50% de Fidel y de Raúl Castro.

Mucho mejor la Corona española en Cuba, al modo del Reino Unido con Canadá, como representación de una digna y reconocida historia común, que una dictadura que ya resulta incalificable.