El político Pedro Sánchez sigue mereciendo lo mismo que en abril: nada. En Navarra ha preferido subirse a lomos de los bilduetarras; en el País Vasco gobierna con el partido insolidario por excelencia en el país de las insolidaridades periféricas, una organización cuyas siglas permanecerán eternamente ensombrecidas por el racista que la alumbró y por las nueces ensangrentadas que ha recogido.

En la Comunidad Valenciana y en las Baleares se abraza Sánchez, para gobernar, a nacionalismos pancatalanistas; en la Diputación de Barcelona, al partido de Puigdemont y Torra. Con lo de Cataluña agotaríamos esta pieza; baste constatar que en la moción de censura subsiguiente al descubrimiento de una trama terrorista (con gran enojo de Marlaska), los de Sánchez debían escoger entre Torra y democracia. Ya saben lo que hay.

Así pues, que no se engañe nadie. El político Pedro Sánchez, padre del “no es no” que, viéndose en la tesitura del Rajoy de 2016, solo contempla el apoyo incondicional de la oposición, no merece nada. Pero el pueblo español sí lo merece: merece no seguir instalado en la crónica inestabilidad mientras acechan el brexit duro, una nueva crisis económica y, sobre todo, otro golpe de Estado. Por esa razón, un partido responsable solo puede concurrir a las elecciones del 10 de noviembre con una premisa principal: el bloqueo debe terminar.

Como el firmante resulta ser, además de columnista de EL ESPAÑOL, dirigente de Ciudadanos, afirmo: la inmensa mayoría de los votantes constitucionalistas coinciden en la necesidad y urgencia de una serie de reformas relacionadas con la natalidad, la educación, la sanidad, la despoblación, la corrupción, los impuestos, las pensiones, la precariedad, el sistema electoral y, por supuesto, la unión, libertad e igualdad de todos los españoles. En torno a un Gran Acuerdo Nacional sobre tales cuestiones nos podemos encontrar con populares y con socialistas. Es una certeza. Salvo que el político Pedro Sánchez siga equivocándose en sus afinidades y en sus diferencias.

España necesita un horizonte despejado para anticiparse a los peligros, aprovechar las oportunidades y prolongar la libertad y prosperidad propiciadas por el marco constitucional. Ningún dirigente político cabal puede creer que tales consecuciones, perfectamente alcanzables, van a llegar de la mano de quienes trabajan a conciencia para minar la Constitución, romper la unidad de España y mantener o consolidar privilegios de unos españoles sobre otros por razón del territorio. El Gran Acuerdo Nacional es la única vía para frenarlos y volver a la estabilidad.