El único Gobierno de derechas posible es el del PSOE. El del PSOE sin Podemos, claro. Pedro Sánchez quizá ha cometido el error de no rematar a Pablo Iglesias, al que ha dejado a punto de caramelo. La tarea solo podría culminarla el votante de derechas, votando en masa a Sánchez. Un PSOE con mayoría absoluta: ese es el único Gobierno de derechas factible en este país.

Fue muy celebrado un tuit que puse: nuestras derechas son una mesa de tres patas que cojea. Con Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal no hay nada que hacer. El votante de derechas debería asumirlo con deportividad y votar a Sánchez, como único voto útil de derechas en este momento.

Admito que tiene aspectos desagradables para el votante de derechas: subidas de impuestos, más gasto público, tonteo con los nacionalistas, expansión del irritante –os/–as en las declaraciones. Pero que no se ponga fino: nada (salvo tal vez lo último) que no haya hecho ya el PP con su voto. A cambio, tendría un Gobierno sólido (sólido y de derechas) como mal menor.

Le he preguntado a un amigo que votó a Podemos y que confiaba en el Gobierno Sánchez-Iglesias que a quién atribuye la culpa de la desunión. Me dice que la reparte entre ambos: el 100% para Sánchez y el 0% para Iglesias. Y que volverá a votar a Iglesias, naturalmente.

Me ha parecido una interesante prospección sociológica, porque la mentalidad de mi amigo se me antoja representativa sobre este particular: el PSOE, sin Podemos, es otro partido de derechas (“la derecha civilizada”, como dijo alguien). Iglesias, al cabo, ha salido bien en cuanto a su izquierdismo inmaculado. No se ha ensuciado, como se hubiera ensuciado inevitablemente de haber entrado en el Gobierno, derechizándose. Esta era la manera más efectiva que tenía Sánchez de acabar con Iglesias, que en las nuevas elecciones podría resucitar.

Siempre me acuerdo de un episodio de la burguesía catalana (de cuando la burguesía catalana era lista; no hace mucho: quince años) que me contó una amiga convergente que tuve. La heredera de una riquísima familia se enamoró de un latinoamericano revolucionario y pobre que andaba por Barcelona. Hubo consejo familiar, sin ella, y se decidió darle un alto cargo al chico en la empresa familiar. Al cabo de un año, él se había convertido en uno de ellos –un burguesote sin el charme revolucionata– y la chica lo dejó. Le dieron entonces la patada al latinoamericano y asunto resuelto.

Sánchez podría haber hecho lo mismo con Iglesias convirtiéndolo, no sé, en un Javier de Paz. Pero no se atrevió. La pelota está ahora en el electorado de derechas, que se encuentra ante su gran momento estalinista: si vota masivamente a Sánchez, le da el pioletazo a Iglesias. Y asunto resuelto.