Resulta que Nessy, la misteriosa criatura del Lago Ness que durante siglos ha alimentado la leyenda de Escocia, es una anguila. Una puñetera anguila, después de todo; una anguila gigante y europea, para más inri, para subrayar nuestra propia vulgaridad y ensalzar el poder de nuestras ficciones. Nessy, viene a decir el informe de la Universidad de Otago, es algo que incluso nos podríamos comer en forma de sopa o de tentempié -en esta época en la que somos capaces de merendarnos hasta el costillar de los viejos dioses-, pero es cierto que nos nutría más antes, cuando temíamos y admirábamos secretamente su poder desconocido.

Yo soñaba con un plesiosauro o un reptil marino prehistórico bramando al mundo desde esas aguas lejanas, pero la vida, que es pragmática e implacable, nos va derribando los mitos uno a uno. La vida no nos deja ni una entelequia en pie: va asolando nuestras pequeñas alucinaciones a su paso, desde los reyes magos a los amores platónicos.

Siempre hay un niño que perjura que se levantó de madrugada a beber agua y vio a Baltasar colocando su flamante bicicleta nueva debajo del árbol. Siempre hay un adolescente que promete que no se decepcionó al conocer profundamente -en toda su crudeza- a la compañera de instituto que amaba. Ella tenía un año más. Vestía faldas de vuelo. En sus carpetas había rostros de otros hombres que nunca la desearían. Jamás le hablaba, sólo reía con sus amigas y se rizaba el pelo con el dedo. Era hermosa, y tintineante, y fría. Dejaba el pasillo del segundo curso copado entero por su olor.

Pero era mentira, lo uno y lo otro. Sólo lo creímos una vez. Un rato. Todo aquello sólo fue verdad, sólo fue posible, mientras nos era lejano. Mientras cabía la extrañeza. El amor tiene mucho que ver con eso: con ser privados a tiempo completo del sujeto amado. Con mirarlo a veces a través de un cristal. Con no entenderlo del todo. Con no saber cómo decirle. El amor tiene la perversión esa del enigma; tiene aquello sombrío de la duda, y cuando se enseñan las cartas, disculpen la dureza, se acaba el juego. El amor exige un relato inacabado. El amor siempre tiene una pregunta más.

Qué será ahora de los 400.000 visitantes que recibía al año el lago, atraídos por la idea de la fascinante bestia que jamás asomaba la cabeza. Atraídos, ahora lo sabemos, por una gigantesca y anodina anguila: es como volver a acostarse con un ex. Como encontrarlo al pasar el tiempo en un bar del centro y comentar tonterías apoyados en la barra, acercándoos y alejándoos como un péndulo, riendo absurdamente y sosteniendo la mirada, como anónimos bajo las luces rojas del pub.

Qué tal están tus amigos. ¿Te cambiaste de trabajo? Ahora tomo el café solo. Me apunté a boxeo. Ya nunca paso por Lavapiés. Tuve algunos novios. Con el último lo deje hace un mes. No, no, estoy bien. Claro que estoy bien. ¿No me ves? Él está distinto, es verdad, probablemente no tan magnético, pero te consta que le amabas. ¿Por qué? ¿De qué hablabais durante tantas horas en tantos sitios? ¿Por qué le besabas las manos con tanta devoción? ¿Por qué cuando se fue te quedaste tan flaca, tan roída, tan hueca; por qué tus amigos pensaban que estabas enferma; por qué ya nunca te reías con nada; por qué tu madre te zarandeaba para que volvieras a ser tú; por qué dejaste toda la casa llena de dolor?

No lo sabes ya, no lo sabes, es terrible, ya no puedes recordarlo. Sin embargo, sube contigo -otra vez- por aquellas escaleras -las escaleras de siempre- y llega a tu cuarto. Os besáis y es otro. ¿Eres otra? Folláis y es deporte. Técnicamente satisfactorio. También triste y raro. “Sólo quiero sentirme siempre como cuando te conocí”, dice. Tú te levantas de la cama y buscas tu vestido: llegas tarde al cine. Ahora sabes que todo lo que tenía de bello, todo lo que tenía de genuino, todo lo que tenía de adictivo se lo colocaste encima tú, porque le amabas. Le amabas y ya no, ya nunca volverás a hacerlo. Ni siquiera depende de ti. Sencillamente, la leyenda cayó. Le miras otra vez: es sólo un hombre. Es obvio que valemos menos como seres humanos que como seres narrativos. Es obvio que Nessy siempre fue una anguila.