Nunca me gustó pasar al cuartillo de las gallinas a cogerles los huevos. Acompañaba a mi abuelo y siempre esperaba en el umbral. Habría diez o doce, pensaba que si se organizaban acabarían con nosotros, nos sacarían los ojos y seríamos un abuelo y un nieto desmembrados por la primera rebelión gallinácea de la Historia. Al acercarnos se quedaban muy quietas, era evidente que tramaban algo, disimulando sus planes de acabar con la humanidad. El gallo caminaba con indiferencia como si fumara un pitillo en la sala de espera del patíbulo: uno de mis primeros recuerdos es el reguero en calma de su sangre tras degollarlo porque salía titular en la alineación del perol.

Las gallinas parecen la versión beta de unos dinosaurios. Les falta la actualización, el software que las haga temibles, aunque tienen cierta actitud, acechan la comida, saben ser sigilosas, pero la cresta y las garras les caen como un disfraz, una mezcla que desconcierta, existe un potencial bastante desaprovechado. Además, están siempre a punto de hacer el ridículo, son el borracho del mundo de las aves, que intenta volar y apenas levanta unos centímetros su cuerpo. Las plumas las decoran, por lo que también son un poco horteras, no hay bicho más hortera que el pavo real. En el Counter Strike había unas gallinas a las que se podía disparar para probar las armas.

Más o menos esto es lo que sé sobre la especie, un pequeño ensayo más ajustado a la realidad que el análisis de las muchachas que se han hecho famosas por proyectarse sobre las gallinas de su santuario animal, a las que han separado del gallo, un violador, según ellas, que las monta sin permiso.

La naturaleza no pide permiso nunca, hay un pacto tácito, y las cosas diseñadas para encajar deben encajar en un momento determinado, completando el puzle que hace girar la vida hasta el infinito sin hacer demasiadas preguntas. Hemos sido nosotros los que complicamos el proceso poniéndole cines, restaurantes y Tinder. Sobre las gallinas hay en la calle una frase muy popular que describe de forma más sencilla sus instintos.

Las personas vivimos una época complicada. Qué culpa tendrán las gallinas.