Cuando algo se convierte en munición ideológica, no hay nada que hacer. La compleja y tierna realidad queda sepultada bajo el pedrusco abstracto. Un pedrusco duro pero no quieto: se le utiliza como proyectil, con aquella realidad adherida. La finalidad del aplastamiento es que vuele contra los otros.

Lo hemos visto otra vez (no será la última) con la polémica suscitada por la campaña de la nueva Junta de Andalucía contra los “malos tratos”, ilustrada por mujeres sonrientes y con el lema “Pero la vida es más fuerte”. El PSOE, Podemos y sus afines tuitero-mediáticos se han echado encima del engendro producido por el monstruo PP-Cs-Vox: por haber puesto “malos tratos” en vez de “violencia machista”, por haber sacado sonriendo a víctimas del heteropatriarcado y porque estas en realidad solo fuesen modelos.

En la trifulca subsiguiente se ha visto que el PSOE hizo campañas parecidas en el pasado, también con modelos, y que el lema se atiene al Pacto contra la Violencia de Género, que recomienda “mensajes positivos” y que aparezcan “mujeres fuertes y valientes, sin recurrir al cliché de las víctimas”. Pero, como ha escrito Daniel Gascón, en las guerras partidistas el asunto no son las causas, sino la apropiación de ellas: al final el énfasis se pone en el partido que las defiende (contra los demás), no en las causas mismas. No se perdona que estas avancen de la mano del partido equivocado.

Más allá de la lucidez del citado Pacto, cuyas recomendaciones me parecen admirables, detecto en quienes se consideran dueños de la causa la pulsión de pretender que las víctimas no dejen de serlo: al fin y al cabo, es en su condición de víctimas como les resultan rentables. Por eso las quieren siempre víctimas y las quieren siempre suyas.

En este sentido, se ha producido un movimiento de una transparencia asombrosa: colectivos y políticos vinculados al PSOE han llevado a cabo una contracampaña con el trucaje de las fotos, en que las mujeres sonrientes de los carteles aparecen con moratones, heridas, disparos. En el juego de la ficción, han devuelto a la condición de víctimas a las víctimas por las bravas: infligiéndoles ellos mismos los “malos tratos” que habían superado.

La campaña de la Junta de Andalucía es mala, porque no tiene alma. Las fotos son vulgares, planas. El problema no es que las mujeres sonrían, sino que lo hagan sin credibilidad. Deberían haber usado mujeres maltratadas de verdad, o buenas actrices (y buenos fotógrafos), en las que se viera la alegría presente pero también algo del sufrimiento pasado. O sea, que se percibiese de algún modo esa alegría densa, más profunda pero también un poco melancólica, de quien ha sufrido. Que se viese, en fin, la complejidad de la vida, la endiablada lucha de la vida. En refutación de las papillas ideológicas.