Fin de semana en Osaka. Reunión del G-20. Presentes, los pesos pesados de la economía global y los que posiblemente lo sean –o a eso aspiran– en un futuro cercano. El 85% de las riquezas de todo el planeta. Los países en los que viven las dos terceras partes de la población mundial.  

Según sus defensores, un espacio único en el que reunir a grandes potencias y países emergentes y promover la cooperación y el desarrollo, además de generar un foro de discusión sobre la economía mundial. 

No piensan lo mismo quienes se ven excluidos de este selecto grupo o quienes lo consideran inútil dado que sus decisiones no son –en apariencia– vinculantes. La riqueza o la perspectiva de adquirirla es, en cualquier caso, el criterio de selección y, por tanto, de influencia.

Sin embargo existen otras medidas, ligadas o no a la economía, que ponen en duda que ese baremo por el que figuran en primer lugar Estados Unidos y China, sea el único válido si de lo que hablamos es del bienestar de los ciudadanos. 

Criterios que muestran que no siempre la felicidad va ligada a la riqueza o que la falta de oportunidades no tiene por qué ir acompañada de un bajo PIB. Y no me refiero al Índice de Desarrollo Humano –de cuya utilidad no dudo–, sino de algo aparentemente más sutil y sin embargo, más ligado a nuestra condición de ciudadanos y a nuestro papel en el mundo.

Hablo del Índice Global de Dignidad Humana, una herramienta presentada por primera vez este año 2019 por parte de la Universidad Católica de Milán y la Fundación Novae Terrae, que pone el foco sobre un concepto esgrimido en ocasiones para justificar una cosa y la contraria, o defender acciones que poco tienen que ver con la dignidad y menos con lo humano. 

Por eso es importante que desde el mundo académico se haya llevado a cabo una reflexión profunda acerca de este concepto, pero sobre todo, para delimitar cuáles son los indicadores con los que –de una manera objetiva– establecer un baremo en el que situar a todos los países del mundo acerca de “si” o “cómo” respetan la dignidad humana. 

Pero también para ayudar a arrojar luz sobre en qué medida y con qué medios, dicha  dignidad es de hecho reconocida y promovida como un derecho fundamental y como fuente de todos los demás derechos humanos tanto en los distintos países como a nivel global.

No descubro nada, pero a millones de personas se les niega actualmente la vida, el acceso a la educación, la atención médica, las oportunidades de trabajo, la capacidad de emprender, el deseo de formar una familia, así como la oportunidad de vivir en su propio país. Son personas que viven ajenas a una sociedad en la que sí existen oportunidades para el desarrollo personal, económico y social, y privadas de esa dignidad que es connatural al ser humano, resultan absolutamente permeables a cualquier tipo de realidad –emotiva, manipulada– que se les quiera imponer. 

Al mismo tiempo, nuevas formas de colonialismo ideológico y nuevos derechos civiles se contraponen a la dignidad humana (en el nacimiento o en la muerte, por ejemplo) sin que haya contestación alguna. De ahí la urgencia de "volver a centrar" y verificar el concepto primigenio que inspiró la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948: la dignidad humana. 

Pensemos que este término se cita en las cartas fundacionales o las constituciones de muchos y muy diversos países del mundo (incluida España). Pero además, sobre el principio de que "la dignidad de cada ser humano es inviolable" se basan los juicios de los tribunales constitucionales y supremos tanto en los estados soberanos como en los tribunales internacionales. Suficiente para que sobre este concepto no existan dudas. 

Este siglo ha venido acompañado de enormes cambios a nivel mundial. Las migraciones por motivos económicos, climáticos o a causa de la guerra, la nueva esclavitud, la evanescencia de una sociedad tan proclive a la autocomplacencia como al descarte del dependiente o del que sufre y la banalización de cualquier principio que implique responsabilidad, han puesto la dignidad humana en el centro del debate, aunque en la mayor parte de las ocasiones se la excluya de los argumentos.

En cualquier país se puede matar o dejar morir “por dignidad”. Olvidar la dignidad ajena cuando se condena a la marginación. Legislar conculcando libertades individuales en nombre de derechos de colectivos. Esgrimir la dignidad propia para arrebatársela al de enfrente.      

En el último capítulo del Índice de la Dignidad Humana, el filósofo Rocco Buttiglione trata sobre la felicidad y cómo medirla en términos individuales y de país. Es difícil pero concluye, como antes lo hicieron otros, que la felicidad no es una cuestión de PIB.