Zapatero pudo ser un estadista y quizá lo fue. Tuvo momentos brillantes, un desplante al Tío Sam y otros hits en aquellos años suyos, los más nuestros, cuando todos los domingos le iban Rouco y la gallofa antiabortista -después de comulgar- a pintarlo poco menos que como el antiCristo en la solanera de la Plaza de Colón. El famoso talante fue la nada con algodón, pero a algunos les fue calando esa imagen simplona y feliz de la socialdemocracia.

Zapatero me pagó la carrera -Laus Deo-, y con él, ETA dejó de matar. Sus luces y sus sombras nos lo pintaron como un Obama de Valladolid vivido en León que llegó al Gobierno en el instante más oscuro; aquel que abrió el mal de los males con su aprobación a todo lo que saliera de Cataluña. Fue un hombre de su tiempo y anda ahora en un limbo como ese embajador que nadie quiere y como ese expresidente que se excede en sus competencias.

Después de ir a Venezuela a caribear delante del histrión, se nos ha ofrecido de relator de los indultos, atribuyéndose él mismo las virtudes de una gracia judicial. Pide ZP "recuperar la convivencia" en Cataluña así en general, liberando a los golpistas y rompiendo como del rayo el impagable trabajo de Zaragoza y de Madrigal que han venido a concluir que el procés fue, ante todo, violento.

Dice Zapatero que nada puede comprometer el "diálogo", que ha hablado con Junqueras -trágicamente distanciado del brujo de Lledoners-, y que tiene "un amigo en común" con Puigdemont del mismo modo que yo lo tengo con El Lute. La cosa es que este arreón del zapaterismo tardío tiene algo proustiano de aquellos años de Carod Rovira y José Montilla, y también de otros muchos olores de aquel tiempo y de aquel país. Cuando los lobbies de la izquierda olían a colonia y no a sobaquina. 

La irrupción de Zapatero en la radio de Torra para emerger como el San Juan Bautista de Pedro Sánchez parece otra operación inteligentísima de Iván Redondo, ese hombre que tiene a España como un banco de pruebas que le paga los vicios con cargo al contribuyente. Lo mollar de Zp en RAC-1 es su voz resfriada y la vuelta a un universo argumental de Paulo Coelho: "el diálogo no es un camino, sino un fin en sí mismo". 

El mensaje de ZP es que la sentencia del Supremo "no comprometa ese diálogo". En esa frase, en ese reducir el trabajo de Marchena a una petición de propósito de la enmienda y 155 avemarías a los golpistas, se resume lo que fue, lo que es y lo que será Zapatero: un seductor más vacío que una acequia murciana.

Hay en la intervención de Zp una injerencia gravísima en el juicio más grave (sic) de nuestra democracia. Hablar de diálogo con el supremacismo es una forma de blanquear a todos los hombres y mujeres y Jordis del procés, que será lo que al final ocurra en la profecía autocumplida que nos conocemos. 

La vuelta de Zapatero a las portadas no podía haber sido más desafortunada. Hoy sabemos que Zp se habla con Junqueras y entendemos, más si cabe, aquello de las afinidades electivas de Goethe. Zp es el relator más perfecto por su porte, por su talante, por sus frases amorosas y por hacer de ilustre mamporrero a un sanchismo que no olvida a sus mayores.