No verde, no naranja, no blanco, no rojo y no rosa para los vestidos de las mujeres. No humanos menores de dieciocho años. No móviles ni cámaras de fotos. Así de entrada, el bodorrio puede sonar poco festivalero y un tanto encorsetado. Que nos gusta un vestidazo colorao y más si es para un evento andaluz.

En fin, cada uno tiene derecho a organizar su fiesta como le venga en gana y cada invitado puede decidir libremente si va o si pasa de tanta norma. Lo de asistir, pero ignorando las indicaciones de los que montan la fiesta, es más discutible, creo yo, por muy Victoria Beckham que seas.

La que escribe poco sabe de bodas, pero juraría que su celebración tiene algo que ver con el amor. Con el que se profesan el novio y la novia, y también con el que comparten con los amigos y familiares que, emocionados perdidos, les acompañan ese día. Fiestón, alegría, despiporre, muchos besos, muchos abrazos, muchas risas, mucha comida, mucho vino, mucho cava, tarta de la buena y, por encima de todo, de nuevo, mucho amor. Esas son las bodas que uno disfruta.

Quiero imaginar la alegría de ese par que, un buen día, por lo que sea, deciden que se plantan ante un altar, ya sea en la iglesia, en lo alto de un monte o vestidos de Elvis y Marilyn, para decirle al mundo "Ojito, que estamos enamorados a más no poder y queremos montar un homenaje inolvidable hacia esta cosa loca que sentimos".

En qué momento aterrizan en ese paisaje tan tierno las prohibiciones cromáticas o de cualquier tipo, los tatuajes de unicornios, los micrófonos, los diseñadores internacionales, el espectáculo mediático. Cuándo se decide que los fuegos artificiales, las ferias y el dispendio desproporcionado forman parte de ese deseo majara de no querer separarse nunca más. Por qué alguien preferiría estar pendiente del discurso que va a soltar ante las cámaras en lugar de relajarse y disfrutar de esa Sevilla gloriosa. Dónde queda la belleza de la intimidad no tan íntima, el cariño que en esas ocasiones se desorbita para bien. 

Moños despeinados, medias rotas, rímel corrido, alpargatas en lugar de tacones, corbatas a modo de diademas, Camilo Sesto sonando a toda castaña, conatos de ligoteo entre el primo de la novia y el amigo del cole del novio, llantos beodos, resopón. Qué maravilla.

Otros son solo ellos con los testigos justos y necesarios, un juez o un notario o un lo que sea legal, unas lecturas bonitas que tienen todo el sentido para esos que se quieren mucho, una cena gloriosa para dos y la promesa de que aquí me tienes, en cuerpo y alma.

Si en la vida lo suyo es levantarse cada día con el deseo de que lo que hagas tenga todo el sentido, en un día especial eso debería multiplicarse. El para qué de cada gesto, de cada detalle, de cada paso habría de ser la brújula que indicara la dirección adecuada. Los recuerdos que salvarás de esa maraña de emociones te acompañarán por los siglos de los siglos, ¿a qué quieres que sepan? Algunos dirán que a música en la playa. Otros, quizás, a rosas amarillas y a salsa cubana. Para otros, lo que quedará será el olor de ese que ha decidido que, de entre todos los humanos del planeta, elige besuquearte todos los días a ti y solo a ti. Ese olor que ya no sientes como ajeno porque hace tiempo que se fundió con el tuyo.

Cómo es posible combinar tanto corazón con un chorreo mediático desmedido es un misterio para mí, pero allá cada uno.