Las últimas campañas electorales han servido para lanzar el mensaje que debía frenar la apropiación identitaria que ha hecho Vox de las corridas. El sector ha trabajado en un proyecto que pretende convertir las plazas en lugar de encuentro de las Españas. Con discursos luminosos, existe un interés real por disfrazar a la afición de tercera vía.

Desde hace un tiempo, vamos a los toros de otra forma, como si de nosotros dependiera frenar una nueva guerra civil, comportándonos como “eso que los sociólogos llaman pequeño burgués liberal”, herederos de la forma neutra de mirar al mundo. Algunos han alcanzado el nirvana de la moderación en las salas rocieras que rodean Las Ventas.

Participamos de la aventura del buen rollo, proyectando el ideal: lo que ocurre en el ruedo está por encima de cualquier ideología o forma del pensamiento. Entonces, se invita a diputados socialistas, ministros de izquierdas o artistas irreconocibles en la explanada de Las Ventas, construyendo un sustrato de nueva Movida sobre el que Adolfo Suárez echará, tarde o temprano, raíces. Pero hay malas noticias. El miércoles, durante la corrida de la Beneficencia, se confirmaron algunas sospechas: en Las Ventas no cabe todo el mundo.

Una turba de borrachos se meó encima de los estudiosos que rodean a la afición­ –los encargados de hacernos mejores–, como si mearan su intoxicación sobre una farola. Si el alcohol levanta del pozo las auténticas pasiones, a las nueve de la noche del miércoles Las Ventas era un cliché con barra.

Toreaba Urdiales bajo la música de los energúmenos, que soplaban trompetas de ginebra. Solo, ante cientos de personas preocupadas por estampar su ideología en el aire. Asistía José Luis Ábalos a la metamorfosis del taurino moderado en Álvaro Ojeda, acompañando a Felipe VI en el palco de honor.

Los patriotas cegados por el Rey, las banderas, el himno y las alfombras, el decorado de una tarde cargada de simbolismo, gritaban de un lado a otro reivindicando sus filias, que eran compartidas. No quedaba rastro del paisaje ritual que acompaña al sacrificio del toro: estábamos en una manifestación como las que convocaba Gallardón en Colón.

Cada grito hundía la plaza, arruinando la hora más perfecta de Las Ventas, cuando ya es casi verano y las luces artificiales le dan a la tarde el color de las vacaciones. Supongo que si todavía respiraba alguna minoría, debía estar sufriendo. Efectivamente: “¡Viva la República!”, dijo una voz. Llegó como un desahogo que habría gritado hasta Peñafiel. Nadie lo vio como el primer brote verde de la estrategia conciliadora. Más bien ocurrió al contrario.

Se desató una tormenta que terminó pidiendo la dimisión de Ábalos. El grito llegó cristalino hasta la barandilla engalanada. La venganza al chillido republicano era decirle al hijo de un torero que dejara su trabajo. Que se fuera a su casa, culpándolo de las fugas dentro del pensamiento único de los borrachos. “Vais a convertir Las Ventas en la trasera de una taberna”, recibí un mensaje, ya de madrugada, de alguien que conoce bien al ministro. A ver si vuelve Ábalos.