Me lo contó su amigo Miguel: desde que eran niños, el sueño de Adolfo, Fito, era ser alcalde de su pueblo. Con eso soñaba. Hay críos que quieren ser astronautas, cazadores de tesoros, pilotos de fórmula 1 o campeones en la NBA. Fito quería arreglar aceras, poner buenas farolas, garantizar la recogida de basura, construir un campo de fútbol para que jugaran los chavales de Baiona...

Fito creció y se hizo ingeniero. Se casó, tuvo dos niños, pero no dejó de acariciar aquellas fantasías de la infancia, y decidió meterse en política. Le fichamos para Ciudadanos porque era trabajador, animoso, amaba su pueblo sobre todas las cosas y la gente reconocía en él al hombre honrado, imaginativo y lleno de empuje que podía mejorar la vida de todos.

Así que en las pasadas elecciones municipales Adolfo Valverde fue número uno de la lista de Ciudadanos en Baiona, hizo su campaña con pico y pala, puerta a puerta, con muchas más ganas que recursos, y consiguió su acta de concejal. Muchos de los vecinos le votaron por ser él, porque le conocían y sabían de su compromiso con el pueblo, sus aptitudes, su firmeza.

Pero la suerte se burla de quien no debe, y el martes por la mañana Adolfo, Fito, cayó fulminado mientras hacía deporte, y se murió sin haber podido jurar su cargo en el ayuntamiento. Tenía 46 años y toda la vida por delante. Fito deja una esposa, dos niños pequeños, a sus dos hermanos y a sus padres, pero también a unos compañeros desolados que recordarán siempre su alegría y su sonrisa.

Uno se pregunta si es justo, y la respuesta es no: la muerte nunca lo es, y menos a una edad tan temprana. Pero, entre la inmensa tristeza que embarga a quienes conocimos a Adolfo, queda el ínfimo consuelo de saber que sus últimos días los vivió feliz, orgulloso de saberse elegido por sus vecinos, arropado por sus compañeros de partido, animado por su familia.

Se fue consciente de haber dado el primer paso para acariciar con la mano la fábula infantil del niño que quería ser alcalde. Pase lo que pase, Adolfo será siempre aquel chiquillo que miraba al mar en Baiona pensando que algún día tendría la oportunidad de cambiar su pueblo. Ahora toca a los demás estar a la altura de su ilusión y su ejemplo, y ser capaces de seguir el camino que Fito nos dejó marcado.