Como sabe cualquier persona instruida, la eliminación de enemigos políticos y los genocidios suelen ir precedidos —entre otras indecencias, como el silencio general ante abusos y discriminaciones— por la animalización de “el otro”. En el proceso de deshumanización, que es quizá el verdadero procés, “el otro”, el obstáculo para la consecución de su utopía, o el que se resiste a la ingeniería social, es calificado de rata, de hiena, de parásito, de bacilo, de piojo, de cucaracha, de ácaro.

El judío converso era un “marrano” al que se acusaba de criptojudío. Mediante las mentiras adecuadas, sobre él recaía en el siglo XVI el odio de frustrados o arruinados, de los que se veían relegados en la corte o de los que no obtenían dignidades que creían merecer. Hasta las revueltas de los comuneros aprovecharon algunos nobles arruinados de Sevilla para exigir la muerte de todos los conversos.

Cuatrocientos años después, Paul Anton de Lagarde se refería a los judíos como sabandijas, triquina, bacilos. “Uno no negocia con la triquina y los bacilos, y la triquina y los bacilos no admiten educación. Se los extermina con la mayor rapidez y del modo más completo posible.” La historia va llena de ejemplos, no hay más que asomarse. La deshumanización precede al exterminio. Por eso ningún político, ningún académico y ningún hombre civilizado puede entregarse hoy a la presentación de un grupo de adversarios como subhumanos sin ser inmediatamente denunciado. O, si ostenta alguna representación o dignidad públicas, sin ser privado de ellas.

No opina lo mismo el presidente de la Generalidad, que ha mantenido la concesión de la Creu de Sant Jordi a la democristiana y líder del partido Demòcrates de Catalunya Núria de Gispert después de que esta tildara de cerdos a Inés Arrimadas, Enric Millo, Dolors Montserrat y a quien firma. A la vez, celebraba que hubiéramos dejado Cataluña.

Siendo grave que no se le retirara la Creu (a partir de ahora una mancha para sus poseedores), lo es mucho más que siga siendo principal representante ordinario del Estado en Cataluña un hombre que hace siete años (contando él cincuenta, no quince ni dieciséis) escribió esto: "Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho, contra todo lo que representa la lengua. Están aquí, entre nosotros. Les repugna cualquier expresión de catalanidad. Es una fobia enfermiza. Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN. ¡Pobres individuos!”.

Curiosamente, una representante del gobierno presidido por ese sujeto, durante un acto en el campo de concentración nazi de Mauthausen en memoria de las víctimas españolas (bueno, ella solo recordaba a las víctimas catalanas), ha rendido homenaje a Raül Romeva, a quien ha llamado “preso político”. Sí, en Mauthausen.

Palabras infames. En primer lugar, porque solo un canalla o un imbécil se vale del sufrimiento que late en un lugar tal para trasladar su campañita doméstica. En segundo lugar, porque Romeva fue el eurodiputado más activo en la campaña antisemita BDS. En tercer lugar, porque el jefe de la oradora es, como hemos visto, un asiduo practicante de la bestialización del adversario.

Uno de los jefes de aquel campo, comandante de las SS, se dirigía a los internos españoles del mismo modo que la homenajeada Núria de Gispert se dirige hoy a nosotros, representantes políticos de Ciudadanos y el PP: “¡Sois los cerdos del comandante! ¡Que no se os olvide nunca: sois mis cerdos!” (Los cerdos del comandante. Españoles en los campos de exterminio nazis, Eduardo Pons Prades y Mariano Constante, Editorial Argos Vergara, 1979).