“Oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Witiza”.

Carrusel de eslóganes, ocurrencias, chequeadores de bulos –nunca de los propios–, obviedades, nimiedades, cortinas de humo, vuelo corto, el poder por el poder y ni un solo valor que poner encima de la mesa. Ahora y hasta el 28 de abril. 

Y de nuevo tácticas, negociaciones, juego de trileros. De nuevo a las urnas el 26 de mayo, y luego poca o mucha incertidumbre, mientras el calor incendia el asfalto y huimos a la playa después de habernos jugado el caos o la esperanza en un par de tiradas de dados.  

Y el caso es que pedimos poco porque es mucho lo que se nos está queriendo quitar: mantener la unidad de España como garantía de la igualdad de sus ciudadanos y que se respete la Ley y sus instituciones. Ni tan siquiera regeneración, ni búsqueda del bien común, ni sentirnos de verdad representados.

Tampoco más bienestar que el que ya nos procuramos nosotros, ni tan siquiera que ese cien por cien de deuda sobre el PIB deje de aumentar –¡por Dios! que nos enfrentamos a otra recesión y nos pilla peor y más pobres de lo que estábamos en el 2007–. O que esos viernes que el PSOE llama sociales no nos conviertan cada vez más en víctimas de un voraz sheriff de Nottingham sin rostro (porque alguien tiene que pagar la munificencia del gobierno de un país exhausto).   

Una España cuya unidad no esté permanentemente en venta, que no dependa de la voluntad de un solo hombre y de los alegres compañeros que le deben el puesto y la nómina y que a todo le dirán amén. No, está demasiado en juego. No hay trono, ni Falcon, ni vanidad que valga eso. Ni tampoco que sintamos que la Ley es contingente y que una casta –ésta sí de verdad– está por encima de ella. O que las instituciones, en lugar de pertenecernos y de ser neutrales por lo mismo, están en manos de quien se hace con ellas sin que nadie nos proteja. 

Nos ha quedado claro que no va a ser Sánchez quien lo haga. Más claro aún que no sentiríamos que todo eso está en peligro de no ser por Sánchez. Y no porque sea el único culpable, sino porque de unos ya conocimos la desidia, la frivolidad y el desamparo, pero de éste sabemos que está dispuesto a ponernos en venta y con o sin chequeador de bulos, no va a poder convencernos de lo contrario. 

Es mucho lo que está en juego y hay tres partidos –sí, tres– en disposición de pararlo. Pero que no pongan toda la responsabilidad en nuestras manos. Somos mayores de edad –aunque a veces se nos tome por tontos al pedirnos el voto– y como tales actuaremos a la hora de depositar las papeletas, pero hasta ahí llegamos. 

No nos hagan culpables de tal o cual resultado. Tenemos derecho a votar con ilusión y sin miedo, porque el miedo es lo contrario a la libertad, y nos queremos libres. Se acabó el tiempo de la nariz tapada, del mal menor o del voto útil (porque todos lo son). 

La responsabilidad es también suya. Si de verdad les importa España, pónganse de acuerdo, pero ya. 

Por desgracia dependemos de la voluntad de tan pocas personas como caben en un ascensor y si acaso de la corte de los que siempre les darán la razón o están esperando a apuñalarles en cuanto caigan. Pero si con estos bueyes debemos arar, lo haremos. 

Son tres, cada uno con su legítima aspiración y con más o menos deudas, pero si no son capaces de urdir estrategias, –más allá de quitarse el voto mutuamente–, de prever escenarios para que no se den, de evitar el caos estando en sus manos, entonces tendrán que reconocer que no están capacitados para gobernar España.