La audiencia provincial de Pontevedra ha condenado a una madre a pena de prisión por dar dos bofetadas a su hijo de 10 años. Al parecer, el chaval no quería ducharse, discutió con la madre y ésta le propinó dos sopapos como dos soles.

No sé cómo llegó el caso al juzgado, pero se actuó conforme a la ley, y la madre pegona acabó en el banquillo. Por principio, estoy en contra de cualquier castigo corporal ejercido sobre un niño (aunque yo me llevé mis azotainas de pequeña y no tengo ningún trauma).

La noticia ocupó titulares durante un par de días y coincidió en las portadas con otra mucho más terrible: una madre había quitado la vida a sus dos hijos en un pequeño pueblo de Valencia. Lo tremendo del caso es que, a instancias de la abuela de los chiquillos, la policía había estado en la casa familiar unos días antes, y se había marchado al comprobar que los niños “estaban bien”. No sé qué significa exactamente eso: la familia vivía en una casa “okupada que hubiese servido como escenario de una película de terror,  sin luz ni agua, llena de trastos rotos y con un agujero a modo de puerta.

No acaba ahí la cosa: el niño llevaba días sin ir al colegio y los padres tenían denuncias anteriores, alguna por hechos violentos. Por lo demás, todo en orden: los niños trasteaban entre muebles rotos y paredes llenas de pintadas, y la cosa se dejó estar, porque los padres eran antisistema y cada uno vive como quiere. Un par de días más tarde los dos pequeños aparecían muertos y enterrados mientras su madre se escondía desnuda en un bidón y el padre daba explicaciones inconexas.

Parece increíble que en el mismo país en que una madre es condenada a ir a prisión por dar dos tortazos a su hijo se admita que unos niños subsistan en según qué condiciones, por muy alternativos que sean los padres. Que te pueda caer una orden de alejamiento por dar dos sopapos a un chaval rebelde y que nadie investigue a fondo cómo viven los hijos de una señora que habla de extraterrestres, consume estupefacientes y se instala en una vivienda okupada sin agua ni electricidad para protestar contra el sistema.

La autoridad competente estuvo en la casa donde horas después dos niños eran asesinados, y no halló nada anormal en los muebles rotos, las pintadas en la pared, la puerta reventada o la cochambre. No se tomen la frase al pie de la letra y permitan la ironía, pero fue una pena que se encontrasen a los niños jugando entre la mugre en lugar de quejándose porque mamá les había dado un bofetón: de ser así habrían detenido a la autora del tortazo, y ellos habrían salvado sus vidas.