“I feel like we're living in a slowdown town, and on and on it goes”. Nina Persson.

Uno de los grandes peligros de la política monetaria es disfrazar el riesgo. Por toda Europa, los países se vanaglorian de su baja prima de riesgo ignorando la acumulación de riesgo y la desconexión entre los tipos de interés y la realidad económica. Por eso los gobiernos adoran los mal llamados “planes de estímulo” monetarios, porque se pueden apuntar como suyos los efectos positivos y echar la culpa a los mercados, los especuladores o el capitalismo de sus efectos negativos. 

La cifra de bonos con rentabilidades negativas se ha disparado a 9 billones de dólares de nuevo. La mayoría, concentrados en Europa. Esto no es una señal de bonanza ni mucho menos de confianza, sino todo lo contrario. Cuando se dispara la cantidad de bonos con tipos negativos es que los inversores ven tanto riesgo que prefieren comprar bonos soberanos y perder dinero que invertir o consumir en la economía. 

El cambio de ritmo de normalización de los bancos centrales, y del Banco Central Europeo en particular, es parte del problema. El mensaje que envía al mundo es que las cosas van mucho peor de lo que estimaban ¡hace un mes!

Desafortunadamente, esos mismos bancos centrales parten de un problema de diagnóstico. Creen que el exceso de deuda, enorme liquidez y bajos tipos se solucionan con más liquidez y menores tipos.

Una banca, como la europea, que aún acumula casi un billón de euros de préstamos incobrables (porque llamarlos de “difícil cobro” es como mínimo optimista tras ocho años), se encuentra con muchas más dificultades para sanear su balance con tipos a cero. El riesgo, además, es que se le obliga a prestar (se penaliza la liquidez) y con ello toma más riesgo del que probablemente desee a rentabilidades muy bajas.

Ya hemos hablado aquí de la zombificación. El porcentaje de empresas zombi cotizadas (aquellas que no pueden pagar sus intereses por deuda con beneficios operativos recurrentes) se ha disparado también a máximos históricos.

Hemos alertado del riesgo de ralentización en varias ocasiones en esta columna, mucho antes del cambio de gobierno, pero ahora nos encontramos con un mal recuerdo de 2007. La negación de la ralentización

La preocupación es máxima en países donde, ni de lejos, tienen los desequilibrios estructurales y coyunturales de España. Pero en España, como estamos en campaña electoral nos dicen que todo va bien las mismas personas que en febrero de 2018 nos decían que todo iba mal.

El problema real es que el próximo gobierno va a tener que gestionar la ralentización y, lo más importante, evitar una crisis. Como, además, las señales de riesgo están disfrazadas por la enorme liquidez, nuestra percepción de alarma está hipnotizada por el aparente optimismo bursátil y crediticio.

Pero la economía real va por otro lado. Y eso es lo más importante. Históricamente, como nos pasó en 2007, la euforia bursátil que coincide con empeoramiento de indicadores adelantados nos suele llevar a la complacencia. Es en la complacencia donde estamos instalados.

Escuchamos que “seguiremos creciendo más que la media de la Unión Europea” como si eso fuera una panacea, con estimaciones que se han reducido un 15% y 13% para 2020 y 2019 en tres meses. 

Gestionar la ralentización y evitar que sea una crisis conlleva: 1) reconocer el riesgo, 2) no presentarse como el Rey Mago que lo va a cambiar y 3) favorecer el crecimiento. Mientras el resto de nuestros socios comunitarios hablan todos los días sobre medidas para afrontar esa ralentización, aquí, como en 2007 (y esperemos que no se repita), seguimos hablando de propuestas de nuevo rico, de subir masivamente impuestos y gastos e ignorar las señales negativas. “Reivindicar la alegría”, nos decían. La última vez que lo hicieron destruyeron 3,5 millones de empleos. 

El próximo gobierno debe ser consciente de que lo que viene es un periodo de mucho menor crecimiento en el mejor caso. Y gestionar la ralentización favoreciendo el crecimiento, no poniendo escollos.