El jueves 14 el tuitero Puigdemont registró en su perfil una actividad inusualmente baja. Tan sólo, además de algún retuit, un tuit de circunstancias celebrando la incorporación de Ferran Mascarell a la lista del preso Joaquim Forn para la alcaldía de Barcelona. Ni una sola palabra sobre la bomba de racimo que ese mismo día arrojó en el Tribunal Supremo el antiguo major de los Mossos d’Esquadra, citado como testigo en la causa que se sigue contra los líderes del procés, y cuyo damnificado principal fue justamente Forn —no había más que ver su cara, y la de su competente abogado—, pero que alcanzó de lleno a la reputación y las pretensiones de inocencia del prófugo de Waterloo.

Un par de días antes, Puigdemont había retuiteado un tuit de un perfil independentista, @Judicifarsa1. En él, se quejaba su administrador de la reiteración con que a lo largo del juicio se tilda de ilegal el referéndum, cuando aquel 1-O no estaba aún anulado, sino sólo suspendido por el TC. Una sutileza jurídica que pesó poco, o nada, en el ánimo de Trapero al dar cuenta a la sala de sus actuaciones. En cierto momento de su demoledor testimonio, y tras dejar claro que él y los suyos habían advertido con carácter general al president, el vicepresident y el conseller Forn del riesgo de una escalada de violencia el 1-O, precisó: "Además de esa exposición general, había algunos colegios que creo que [el comisario de Información Castellví] cifraba en unos cuarenta, que podía haber personas o grupos que tuviesen una actitud diferente de lo que se esperaba en general en la mayor parte de esos colegios donde se celebraba el referéndum ilegal". Referéndum ilegal. Con todas las letras, y sin pestañear.

Además de apisonar sin contemplaciones todo aspaviento independentista sobre la legalidad de la consulta, importa aquí recalcar que según el que en esos días era máximo responsable de la Policía autonómica la violencia que aceptaron Puigdemont y su camarilla —con una modalidad de volición que en derecho penal se denomina dolo eventual, equiparable al dolo directo a efectos de pena— no fue sólo de tipo genérico, sino preciso y con conciencia de la existencia, detectada y advertida por los propios Mossos d’Esquadra, de escuadrones organizados para liarla en al menos cuarenta colegios electorales. No les preocupó. Quizá porque, si no estaban directamente detrás de la organización de tales grupos especiales de guerrilla soberanista, no cabe duda de que los apoyaban en todo cuanto pudieran emprender.

A lo mejor alguien esperaba que Trapero, un policía con amplia experiencia como investigador de Policía Judicial, se iba a inmolar tontamente en beneficio de la Causa, asumiendo el disparate y las mixtificaciones cada día más inauditas con que el independentismo, esa ideología que preparaba una Constitución donde se ilegalizaban las opciones políticas disidentes, trata de venderse como un movimiento democrático y casi angélico. Con su decisión —inteligente para su propia defensa— de arrojarlos a los pies de los caballos, cobra nuevo sentido esa camiseta que alguien dio en imprimir en el verano de 2017, con la efigie de Trapero y la leyenda: "Bueno, pues molt bé, pues adiós".