Pocas cosas asustan tanto a una empresa como que su reputación se pueda ir al garete. El escándalo de Cambridge Analytica enfrentó hace no más de una año a Facebook a su peor pesadilla y llevó a su fundador, Mark Zuckerberg, a declarar ante el Senado de los EEUU por la fuga y utilización de los datos personales de esa red social.

El uso fraudulento en campañas políticas de los datos que tan generosa, impúdica  e irresponsablemente colgamos en nuestros muros,  nos desveló varias cuestiones: la primera, que Facebook no era el inocuo patio de vecinos que algunos creían, ni el escaparte virtual que algún bondadoso benefactor había creado para nosotros. El segundo, que Facebook era un negocio. El tercero, que nosotros éramos –somos– el negocio de Facebook. El cuarto, que se nos puede manipular con una facilidad pasmosa. Y por último, que con esa manipulación se pueden ganar elecciones.  

En  2017, su elección como palabra del año por el diccionario Collins nos descubrió las fake news como una realidad que supuestamente desconocíamos, intuyo que sólo  porque no se le había puesto nombre en inglés  y muy probablemente porque había que explicar algo tan inaudito para los analistas políticos como la elección de Donald Trump (sobre todo) y el voto favorable al brexit. Ahora habría que sumar también la victoria de Bolsonaro y los gobiernos de Hungría y Polonia –también una anomalía para los mismos analistas–. En cuanto al tema ruso –su influencia en distintos comicios– la  progresía anda confusa y no sabe si demonizar a Putin o no, probablemente porque la inercia prosoviética aún pesa demasiado. 

En cualquier caso, el daño reputacional y la aparente revelación de la incidencia de las noticias falseadas en nuestro ánimo a la hora de votar ha hecho que, con vistas a las elecciones del 28 de abril, Facebook haya lanzado en España “un programa de verificación de datos externos” para el que ha fichado a  tres empresas, las cuales, con su rigor e imparcialidad, se asegurarán de que el contenido que se comparta y se publique en la página de Facebook en español sea fidedigno.  

¿Se quedan más tranquilos? Empecemos por las empresas en las que Facebook ha confiado para filtrarnos los bulos. En el caso de France Press, su independencia debería estar garantizada (o así lo dice el estatuto que le otorgó el Parlamento francés en 1957). En cuanto a las otras dos, de la primera (Newtral) es accionista única Ana Pastor (de la Sexta), y la segunda (Maldita.es) se lo debe todo al programa El Objetivo (también de la Sexta).  

Pero el sesgo de parcialidad que los que somos malpensados podemos suponer en las dos empresas españolas, no es el mayor de los problemas, y desde luego no es el único. Como consumidores de información tenemos derecho a que las noticias que leemos sean veraces, sin embargo hemos llegado a un punto en el que, o bien porque consumimos la actualidad acríticamente y sin deglutir, o porque nos quedamos con los titulares o simplemente porque nos desborda, iniciativas como la de Facebook nos dejan indiferentes o nos llevan a la pregunta de quién vigila al que vigila, y por si acaso, seguimos con las cabeceras de siempre, con los comunicadores que nos inspiran confianza o los que nos dan la razón, y creyéndonos, de lo que nos llega, casi cualquier cosa. 

Porque estamos cómodos en la caverna y muy poco dispuestos a que nos revelen la verdad –o a conocerla por nosotros mismos– si ésta no se amolda a nuestro argumento. Pero además, las redes sociales nos permiten trasegar opiniones sólo con los de nuestra tribu, y mensaje a mensaje, vamos claveteando los listones de madera con los que cubrir nuestras ventanas al conocimiento, y cimentando certidumbres y prejuicios sin peligro a intoxicarnos con opiniones ajenas o con la Razón. 

Así que si alguien nos quería sumisos y entregados, acríticos y sentimentales, banales y frívolos, lo ha conseguido con creces. Porque no leemos, no comparamos, no sopesamos, no preguntamos. Si somos carne de populismo y posverdad, si necesitamos que Facebook elimine los bulos de nuestro camino para que votemos en libertad, y encima nos lo creemos, la culpa es sólo nuestra.  

Por si acaso, les advierto que una noticia falseada sólo necesita un par de hechos ciertos y una apariencia de veracidad para ser creído, luego una imagen y un canal por el que lanzarlo. Tan fácil.