Entre una obra de arte y una estupidez hay, a veces, poca distancia pero, siempre, la suficiente para distinguir entre una y otra. Este jueves se inaugura una nueva edición, la número 38, de ARCO. Felipe VI podrá, si quiere, observar su ninot, el que han elaborado a su semejanza Santiago Sierra y Eugenio Merino. Será difícil esquivarlo, pues mide cuatro metros y medio y ya es la pieza más polémica de la Feria Internacional de Arte madrileña. Y lo es, sobre todo porque, si alguien la compra, deberá –así lo establece el contrato de compraventa– quemarla en el plazo de un año. Los artistas documentarían en un vídeo esa –supuesta- performance. Y, se supone, tras ello, todos contentos.

La frontera entre la genialidad y la locura resulta en ocasiones difusa. Numerosos genios se volvieron locos, y algunos locos eran, antes de serlo del todo, unos genios. También hay quien ha permanecido en el filo de las dos cosas la mayor parte del tiempo que vivió. Isaac Newton, Vincent Van Gogh, Edgar Allan Poe, Tolstoi, Hemingway, Miguel Ángel… muchos de los grandes innovadores de las artes o transformadores de las ciencias se enzarzaron en algún momento en una íntima relación con el paso más allá, ese que ya se encuentra en el lado de la demencia. 

Algunos de los grandes genios que han generado progreso para la humanidad vivieron atormentados por sus fantásticas ocurrencias, algunas de las cuales pertenecían a épocas posteriores a esas en las que ellos las trajeron al mundo; a otros les resultaron abrumadoras las incomodidades e incomprensión que semejante inspiración les había proporcionado.

En la más prestigiosa feria de arte contemporáneo de Madrid conviven el talento de algunos artistas con las sandeces de otros. El esfuerzo por la obra de unos y la osadía auto-promocional de otros. La pasión por el riesgo de algunos de ellos, capaces de exponerlo todo en su febril búsqueda por una obra artística superior, y la provocación gratuita y ordinaria de unos cuantos que, sin embargo, guardan una estrecha relación con quienes mandan en el mundo artístico nacional. 

En ARCO se puede disfrutar de obras de Miró y de Kandinsky; también de Jaume Plensa; o interesarse por los pujantes y jóvenes Yago Hortal o Elvira Amor. O, si no hay más remedio, también puede uno admirar la sandez del ninot y asombrarse ante su precio, mucho menos conceptual y más terrenal que los artistas que lo crearon, nada menos que 200.000 euros. 

La ambición intelectual, el desafío, el atravesar estilos para generar algo propio y único nunca es el problema. De hecho, más bien, esa búsqueda forma parte de la obligación primaria de los artistas. Es la bobería lo que convierte a un artista plástico en alguien demasiado liviano como para ser tenido en cuenta, no importa quiénes lo apoyen. Cuando los mensajes artísticos son obvios y frágiles, lo segundo a causa de lo primero, el artista ha fracasado en su objetivo. En el caso del ninot Felipe, más allá de las implicaciones políticas y de comunicación, falla lo más –lo único– importante: el arte.