El juicio del procés tiene ese algo proustiano. Hay algo proustiano en el torpe aliño facial de Cuixart, que recuerda a un rey, a un rey como más desgarbado y sin planta. Hay algo proustiano en Forcadell y ese escurrir el bulto en la medida de lo posible. Pero de lo que estamos seguros es que el juicio nos ha abierto el recuerdo. Casi podemos oler cómo fue aquel otoño, cómo fueron aquellos días que quizá fueron los más nuestros.

Porque tú sabes, niña, igual que yo, que cuando los jordis se auparon a una furgona de la Guardia Civil aquello no era ni el Che en Santa Clara ni el Cid en Valencia: acaso dos babiecas que es lo que el separatismo tiene más a mano.

Recuerda aquellos fotogramas, los tumultos, la señal en directo... y dicen que no hubo violencia aquella noche de los cristales rotos con una secretaria judicial volando por los tejados: como una Mary Poppins con maleta y papel timbrado. 

Ves ahora a Forcadell y piensas que qué se fizo de aquella urna donde votaron en el Parlament, que parecía contener las reliquias incorruptas de San Cucufato. Y ves el juicio y se vuelven a comparar con Gandhi quienes han mamado del Estado autonómico hasta volverlo del revés. 

Habrás oído a Forcadell declarar que no leyó la letra pequeña -algo habitual en una filóloga-, y a Cuixart amenazar con que lo volvería a hacer. Sí. Un valiente, un botarate con megáfono, un héroe que se creyó un Gorbachov o Espartero a lomos de una lechera picoleta.

Las palabras textuales de Cuixart han sido: "va a pasar otra vez lo mismo si aplican el 155 o apliquen lo que apliquen", entre el cabreo de los cuarteles y el aplauso de los proetarras de Alsasua. Y es escuchar, niña, el órdago del Jordi y pensar que a la patulea indepe les vendría bien un 155 con un epígrafe añadido de cura de humildad.

Lo cual que han convertido el Supremo en un circo donde cada golpista o se escaquea o marca paquete nacionalista. La rutina del juicio, la cosa lenta de la Justicia, ya va cansando hasta a los corresponsales europeos que quisieron ver Yugoslavia al otro lado del Pirineo. 

Acaso lo que pasa es que el juicio continúa, con Rajoy y su pachorra, y llega la primavera y resuenan los versos de Gil de Biedma: "quizá, quizá tengan razón los días laborales".