En los mítines, cuando se la jugaba en su partido, Pedro Sánchez dio a conocer la vertiente histérica del guapo que siente que su momento se esfuma. Estar en la primera línea política, optando por el liderazgo de los socialistas, le producía ansiedad. La dejaba escapar en aquellos discursos mal hilados y chillones, con el empaque justo que le daba la anchura de hombros al estar vacío por dentro.

Ni siquiera dominaba el arte de elevar la voz –el B1 del mitinero– que utilizan los políticos si quieren subrayar alguna idea. Los chavalitos de Nuevas Generaciones lo hacían mejor. Pedro Sánchez contagiaba su caos interior a los actos, eventos preparados exclusivamente para que los simpatizantes aplaudan, que por su culpa llegaban a dudar sobre si iniciaban o no una ovación, imperdonable en política.

Aprovechó la oportunidad para convertirse en presidente del Gobierno, el pelotazo de su vida. Llevaba la estela de la falta de talento, impulsado por la rabia: la gasolina de los tristes. Recientemente he topado con tipos de ese estilo, capaces de contagiar su modo depresivo de estar en el mundo. Hay que estar, por lo tanto, alertas. Son zombies, sospechan de todo, les falta personalidad: Pedro Sánchez los representa públicamente. Por eso el Falcon, para cultivar la autoestima. Si le faltaba algo a su historia, tiene la épica de haber pisado calle, de ser el candidato arremangado que se ha fumado muchos kilómetros. Ha llegado a creerse el cuento: Manual de resistencia es, en realidad, una dietario con mensajes de autoayuda, una agendita de sus hitos.

Todo esto era una teoría sin confirmar hasta que lo he visto justificando su minigobierno tras convocar las elecciones para el 28 de abril. Si alguien hubiera vivido aislado desde el pasado junio y hubiera sido puesto ante el televisor el 15 de febrero de 2019 para ver la declaración de Sánchez, pensaría que se iba el mejor presidente de la historia de España después de encadenar tres o cuatro legislaturas consecutivas. Jamás imaginaría que su gobierno nació prácticamente muerto con 84  diputados, que engañó a la opinión pública con la convocatoria inmediata de elecciones, que tuvo que desechar su pose de fake Obama durante las primeras semanas, que viajó por el mundo para legitimarse en España o que la reunión con el presidente de la Generalitat fue el bonsái de una cumbre entre estados.

Pedro Sánchez cree que los españoles no hemos entendido nada. Su intervención después del Consejo de Ministros era una bronca a los electores con cara de padre decepcionado. Por eso leyó la lista de presuntos éxitos escupiéndola, reprochándonos no haber estado a su altura. Lo dicho, un nefasto perdedor.