El follón que han montado los señores taxistas en los últimos días no ha sorprendido demasiado: va en perfecta consonancia con las razones por las que los usuarios les hemos dado de lado en cuanto hemos tenido una alternativa. Les pierden las formas, en la Castellana y al volante.

El comentario es casi unánime: cada vez que paro un taxi, cruzo los dedos. Será la radio a toda castaña, será la falta de limpieza, será un taxista que se mete en mi conversación, será que tengo que estar atenta para que no dé tres vueltas de más para llegar a mi destino.

Pagan justos por pecadores, pero es que los pecadores son demasiados. Quizás debería el colectivo cargar sobre los tantos que ofrecen mal servicio. Ellos son los verdaderos responsables de su debacle. El ser humano, más si es español, se resiste al cambio, señores taxistas. Si estuviéramos satisfechos con sus servicios, no nos habríamos arriesgado a probar algo nuevo, créanme.

Los taxistas buscan acuerdos con grupos políticos. Quizás deberían haberlos encontrado antes, pero con el ciudadano, que es el que, al fin y al cabo, va a usar su coche y a pagar por él. Por mucho apoyo que puedan encontrar en los despachos, a nosotros nos han perdido.

Piden que los VTC funcionen con "garantías, seguridad y profesionalidad". La misma, supongo, que mostraba aquel taxista que me recogió en Atocha a la una de la madrugada y que hablaba solo mientras se chupaba el dedo al volante. Tomé una foto del número de licencia y se la mandé a mis amigos. Así de súper segura me sentía.

Por no hablar de aquel otro que se saltó un semáforo en rojo y, por no cambiarse al carril correcto, se dejó embestir por un autobús. No fue nada, gracias a Dios. De la misma manera sintió en sus entresijos la profesionalidad del taxi mi amigo Edu, que en dos ocasiones se ha bajado del vehículo a media carrera ante la negativa del conductor de apagar la radio. "Si no quiere escuchar la Cope, váyase usted andando". Dicho y hecho.

Mi señora madre también fue testigo de unas garantías sin límites cuando el taxista que la llevaba a la estación de Sants sufrió un ataque de algo indeterminado y fue incapaz de seguir conduciendo. Otro taxista advirtió: "la ha visto con la maleta y pensaba que iba al aeropuerto. Lo hacen continuamente". Tenemos aquel otro que me gritó porque aseguraba que no le había dado la dirección correcta. Yo les juro que sé donde vivo.

De cinco taxis me he apeado en los últimos años por el pestazo a tabaco, y de otros tantos tenía que haberlo hecho para no fallecer achicharrada por la falta de aire acondicionado en pleno verano. Hablando de verano, si quieren emociones fuertes, súbanse en un taxi ibicenco. Sientan cómo los adelantamientos a 180 kilómetros por hora en cambios de rasante sin visibilidad les dejan los pelos de punta para el resto de sus vacaciones. Allí no hay VTC, solo colas de dos horas en el aeropuerto y terror automovilístico del bueno.

El colectivo asegura, apesadumbrado, que "el usuario nos va a castigar". Por si no se habían dado cuenta, ya lo habíamos hecho. Personalmente, el poco cariño que me quedaba por su sector se esfumó después de que, hace un par de días, me escoltara la Policía para cruzar la Castellana, mientras escuchaba a uno de los suyos diciendo que ellos son "gente pacífica" y que la Policía se podía "ir a dar hostias a Cataluña". De nuevo, todo elegancia y saber estar. Como el comentario sobre Marlaska.

Ahora planean un lavado de cara, supongo que para que olvidemos tanto despropósito. Pues me da a mí que como no realicen una lobotomía masiva, no les va a servir de mucho. Es lo que tiene liarla tan parda, que uno se tiene que zampar las consecuencias. Las piedras sobre el propio tejado y esas cosas.