Leo en una revista americana el enésimo artículo gimoteante sobre el retorno a los escenarios de Louis CK. Ya saben, el cómico estadounidense acusado de "comportamientos inapropiados" en noviembre de 2017 por el diario The New York Times. Louis CK, que reconoció en aquel momento las acusaciones de exhibicionismo y anunció su retirada durante un periodo de tiempo indeterminado, ha vuelto este mes de diciembre a los monólogos con un aparente giro temático: de un humor basado en el autodesprecio ha pasado a reírse de los millennials y sus políticas de la identidad. La tesis es que Louis CK ha decidido buscar un nuevo público refractario a los consensos morales progresistas. Es decir un público facha. 

El artículo del que hablo no tiene mayor interés y no es más que el habitual listado de lugares comunes sobre la identidad y la conciencia social que maneja cualquier adolescente al uso. Lo habitual cuando una instagramer con ínfulas de periodista cultural extiende cheques intelectuales que su cerebro no permite pagar. En realidad, Louis CK no se ha movido de ni un ápice de donde estaba en 2017 y sólo hay que recordar el comienzo de su monólogo para el programa final de la temporada 40 de Saturday Night Live, un monólogo en el que acababa especulando sobre "lo genial que debe de ser para un abusador de niños hacer lo que hace cuando conlleva tanto riesgo", para darse cuenta de ello:

—Yo no soy racista… pero… habiendo crecido en la década de los 70, sí soy moderadamente racista. Es un racismo benigno, nada agresivo. (…) Pondré un ejemplo. Si estoy en una gasolinera de noche y veo a un chico joven con una sudadera y la capucha puesta, si es blanco pensaré que es un deportista, y si es negro, a menos que lleve una enorme sonrisa en su cara, pensaré 'hmmm, todo va bien, no va a pasar nada, ¿por qué debería pasar algo?".  

Lo llamativo es que Louis CK, de cuyas simpatías progresistas no dudaba nadie antes de las acusaciones del The New York Times (llegó a comparar a Donald Trump con Adolf Hitler), ha pasado a convertirse en un emblema de "la masculinidad frágil" en cuanto ha osado volcar sobre los millennials el mismo tipo de vitriolo que antes volcaba sobre negros, gordos, pijos, niños, judíos, palestinos, conserjes de hotel, pederastas y, por supuesto, él mismo y su familia. Vitriolo que antes era perfectamente tolerado, y hasta jaleado, por los mismos que ahora le consideran poco menos que un Arévalo de Washington a la búsqueda de un público formado por nazis follacabras producto de la coyunda entre primos de la América profunda con el ADN mellado.

Antes, Louis CK era un individualista, un anarquista, un francotirador genial y el mejor humorista de su generación. Hoy, Louis CK es sólo un machirulo que entre la opción de convertirse en la mascota de una secta de tarados, es decir en el viejo pajillero al que sacar a pasear de la correa como ejemplo edificante de los beneficios del proceso de reeducación dictaminado por el niñato a medio cocer de turno, y la opción de seguir con su puta vida riéndose de quienes van por ahí extendiendo salvoconductos morales que nadie les ha pedido, ha optado por lo segundo. 

De lo cual se deduce que lo relevante para los neuróticos de la ofensa perpetua no es de quién te ríes, sino frente a quién te arrodillas. Jamás una generación con menos méritos intelectuales, artísticos y políticos que la de los tontoañeros actuales ha exigido tanta pleitesía a sus mayores. Pues van arreaditos.