La irrupción de Vox en la política española ha tenido un efecto similar al que tuvo en su día la de Podemos. Si entonces muchos en la izquierda celebraron su discurso duro, desacomplejado y el cuestionamiento de algunas de las bases sobre las que se asienta nuestro régimen de libertades, hoy ocurre otro tanto en la derecha con el partido de Abascal.

A Pablo Iglesias le surgió de inmediato una cohorte de palmeros, algunos por vocación y otros patrocinados desde el poder con intención manifiesta de asfixiar al PSOE. Con Vox se repite la historia, solo que ahora a quien toca estrangular es a Ciudadanos.

Que nadie sea tan ingenuo como para creer que las horas de programación dedicadas a poner a caldo a Vox son para hundirlo. Pero sobre todo, convénzanse: la pieza que hay que cobrarse a toda costa es la de Rivera. Eso lo tienen muy claro Pedro Sánchez y sus socios de moción.

Los desencantados del PSOE no huyen al PP ni a Vox. Eso sería como pasar de no fumar a liarse porros: o se abstienen o buscan refugio en Cs. Y en Cataluña, donde años de adoctrinamiento han convertido a la derecha española en caricatura y malvive como especie en extinción, el único constitucionalismo capaz de sintonizar aún con la gente y de hablar sin complejos al nacionalismo por su ausencia de pasado, lo encarnan Rivera y Arrimadas.

Quizás por no tener todo esto muy claro o por estar en deuda con sus señoritos, arrecian estos días las críticas de quienes, desde medios conservadores, afean a Rivera que no corra a abrazarse al PP y a Vox. Son los que le tachan de tibio y siervo de la plutocracia internacional, y llaman gabacho a Valls. Muy en la línea, por cierto, de esa izquierda mediática que lo presenta como mamporrero del Ibex, con la misma clarividencia con que adivinó en Tsipras al Napoleón de una nueva Europa.

Sánchez ha logrado frenar en seco el ascenso de Iglesias, cierto, pero en el camino ha renunciado a defender valores asumidos por muchos ciudadanos de izquierda y de centroizquierda, votantes tradicionales del PSOE.

Como Ulises, Rivera va a seguir escuchando cantos de sirena -en este caso sería más apropiado hablar de bramidos de foca-, y claro que está obligado a propiciar el cambio en la Junta, pero traicionar los principios se paga. A Sánchez se lo acaban de cobrar en Andalucía.