España hace a sus ministros y Sánchez los deshace. Fueron tres avisos, tres, los que Ábalos, Calvo y Marlaska remitieron a la Generalitat. Hay quien dice que el más expeditivo fue el del Interior, aunque la literalidad de la carta tiende más a un desiderativo de lo que tiene que ser el cumplimiento de la Constitución que a otra cosa. 

Aunque está bien, sí, a estas alturas de la película, que la corte ministerial más pata negra se dé cuenta de que el golpista Torra ya no esconde su particular dialéctica de los puños y las pistolas: de los puños y las autopistas en su caso. 

Digo que está bien que, desde la moción de censura hasta hoy, ya algunos se empiecen a dar cuenta de que el golpista Torra no es una marioneta inane; más bien un mariscal de campo lenguaraz y enloquecido al que no hay que descartar que se le consientan más barrabasadas. Porque ocurre que España dejó de ser un Estado de Derecho cuando se pasteleó con el 155, que debiera ser honra y prez de la patria y no un espantajo que ya ni coacciona.

Las cartas de Calvo, Marlaska y Ábalos nos conmueven, con esa literatura epistolar y ese optimismo zapateril de que con una advertencia Cataluña será un lugar de paz y lo que diga su Estatut. Conmueve también la misiva del ministro Ábalos a su par de la Generalitat, con una reprimenda de maestro de escuela que enternece por cuanto tras el acuse de recibo Damià Calvet se la pasó -la cartita- por el forro.

Nadie duda de que en la doctrina barata de Sánchez y de su supervivencia, ahora le dé por pegarse unos días al sol de la Constitución. La vida política y la Constitución y todo están ahí para servirse de ellos: usarlos, plagiarlos, desgastarlos y después tirárselos a un votante histórico a la cara. Como unas gafas de sol, como un helicóptero o como una fotos con el perro o con unos niños que pasaban por aquí, que diría Aute.

Pero ahí queda este arreón del Gobierno, que se ha enterado de lo que es una "vía eslovena" cuando lo ha consultado en San Google. O lo que ha tenido que tragar Margarita, que ya cuenta que Torra no está "legitimado" para la función pública, algo que confirman el sentido común y la psiquiatría forense básica. 

Después de las cartas y de su matasello, asoma la "verdad desagradable" que cantara Gil de Biedma: España se ha quedado como le gusta a un CDR, lánguida, suavemente dolida...

Ante el odio de Torra, las cartitas. No hay otra.