La vida del Rey Emérito tiene soniquete de balada de Julio Iglesias -del Julio de la segunda época- y literatura del marqués de Bradomín. Por sus idas y venidas, su corte de entrañables y su cohorte de amigas, se ha escrito la historia del cuché, que es la más nuestra. Los ministros sanchistas de las sociedades instrumentales y del Rianxo palidecen ante la vida y la obra de Juan Carlos I. También palidece Sánchez con su alarde de aviones y gafas, quizá porque todos sabemos que Sánchez tiene las horas contadas y su capacidad de delectación de los frutos que nos da la vida no alcanza los niveles borbónicos.

Juan Carlos I se nos ha quedado grabado en una edad intemporal de nuestra infancia lectora, allá en los salones de belleza o peluquerías de barrio. Juan Carlos se me ha detenido en una fotografía del Hola, en Palma y con polo, y muchos años antes de la abdicación. 

Ahora la España toda se lleva las manos a la cabeza porque se llevó a la Urdangarina a Abu Dabi. Pero la España eterna de porteras, de cainitas y envidiosos, obvió lo que sonreía Juan Carlos en Abu Dabi con el príncipe heredero de Arabia Saudí, matón interpuesto de Khashoggi y sátrapa de las satrapías de esos subsuelos tan negros como petroleros. 

El Emérito fue una de las mejores caras de la Transición, que diría el periodista Juan Antonio Tirado. Fue un hacedor de esa/esta democracia que Echenique considera imperfecta. En sus memorias de otoño ha optado por venirse arriba, ajeno a protocolos y otras medidas que -secretamente- entendemos que le resbalen. 

Recuerdo aquel día que desde Casa Real dijeron que los chicos de la prensa le estábamos causando "un martirio" cada vez que el pueblo madridí le abucheaba cuando inauguraba un museo, un rastro, un premio y tal. Fue en esa época en la que hacíamos periodismo social yendo a un desahucio o a un piterío al Rey como quien iba a los toros. 

Hoy esa época ha pasado, y el Emérito está -como contó EL ESPAÑOL- descontrolado y tiene mejor cara. Sus viajes contados y sus robados nos dan la prueba de que Juan Carlos I tiene una corte global. Una corte que va de Las Ventas a los desiertos, con gente guapa y beduinos que beben Moët.

Es sabido que las jaquecas de Felipe VI vienen por sanguinidad ascendente y paralela. God save the King...