El WhatsApp de Cosidó como el experimento del gato de Schrödinger. Mientras está en la caja opaca, fuera de nuestra vista y expuesto al veneno, el gato puede estar a la vez vivo o muerto. Al cincuenta por ciento. Pero si abrimos la caja para comprobarlo, paradójicamente ya sólo puede estar o vivo o estar muerto, por lo tanto la probabilidad será del cien por cien.

Ahora ya conocemos oficialmente lo que siempre hemos sabido: el poder judicial no es independiente. De manera fidedigna, desde que los socialistas mataron a Montesquieu en el 85 tal que fuese un accidente – menos para Guerra que nunca se avergonzó de la hazaña-. Luego otros han venido y aunque el muerto olía bastante, han decidido fingir que no era tal, y a base de trueques y cambalaches de cuello blanco y reservado de merluza de pincho, lo han mantenido en la morgue, como el cadáver exquisito que era. Porque interesaba a unos, a otros y a los que han llegado, tanto como simular que la mayoría de la gente, la de la calle, se había tragado el cuento de que seguía vivo y que la separación de poderes era tan profunda como el istmo de Corinto (respetamos las decisiones judiciales y bla, bla, bla.)

Y de pronto un mensaje, -uno que sólo se puede escribir y difundir desde la realidad paralela en que se convierte la política para el que sobrevive más de una legislatura-, ha lanzado el hedor urbi et orbi y desde los escaños y de los sitiales de televisiones y radios.. ¡Gran escándalo! ¡Hay un muerto en la cocina!

Y sigue la ficción: el juez Marchena renuncia a presidir el Supremo y el CGPJ al ver comprometida la presunción de su independencia judicial, como si no lo hubiera estado ya desde el momento en que la ministra de Justicia –otra que no ve la necesidad de fingir, tampoco en los reservados- filtró el acuerdo al que habían llegado socialistas (y asimilados) y populares. En ese momento, su independencia, como el gato de Schrödinger ya estaba muerta, como la de todos los miembros del CGPJ.

Gabinete de crisis, análisis de daños ¡A quién se le ocurre abrir la caja! Que dimita Cosidó. Por lo demás que todo cambie para que todo siga igual ¿Qué tal destituir, por ejemplo, al abogado del Estado que puede estropear la sentencia del Supremo contra los presuntísimos golpistas?

Otras posibilidades: ¿de veras Montesquieu lleva todos estos años muerto? Es decir ¿desde el 85 no hay oficialmente separación de poderes? Rompemos el pacto y lo resucitamos (a Montesquieu).

¿Qué nos espera ahora? Pocas cosas deseamos más los españoles que confiar en la Justicia, y no sólo porque un CGPJ sujeto a las cuotas de los partidos no ayude, sino porque al margen del buen hacer de la mayoría de jueces y fiscales, los hay que nos inducen a pensar que su independencia es una entelequia. Esos de sentencias creativas, llenas de consideraciones ajenas a lo estrictamente jurídico y disquisiciones personales que a nadie importan. Los de instrucciones dilatadas artificialmente a base de piezas separadas sin nada que ver entre ellas, salvo la voluntad vengadora del juez instructor. O los de esas casualidades que hacen que a un juez le toque justamente la causa que le interesa. O esos jueces que acaban en la política y pretenden que nos creamos que su vuelta a la judicatura va a ser inocua para todos aquellos a quienes juzguen después.

Ya sé que esto último no debería ser así. De hecho, quién mejor que un juez para conocer de leyes –porque legislar es lo que se hace en las Cámaras, aunque Rufián o Tardà, por poner sólo dos ejemplos, les puedan llevar a equívoco-. Sin embargo, así como al militar –salvo que esté retirado y le fiche Podemos- se le presupone una perversión intrínseca que le imposibilita para el ejercicio de la política y la sindicación, no es ese el caso de los jueces, al menos, lo primero. Me dirán que tampoco pueden sindicarse, pero no sé en qué se diferencian las distintas asociaciones de jueces con su marchamo de “progresistas” o “conservadores”, de los sindicatos. Y no sólo a la hora de exigir mejoras laborales, sino también, cuando manifiestan su opinión, estrictamente política, sobre cuestiones no precisamente baladíes.

La virtud existiría aunque nadie la practicara. Como toque de atención, como referencia, como recordatorio. Quizás no podamos evitar las conductas individuales, ni la tentación política de controlar la judicatura, pero si el WhatsApp de Cosidó puede contribuir a dinamitar el sistema, a mostrar que el rey lleva años desnudo, bienvenido sea.