Algunas noches sueño que camino por una Gran Vía desértica, sin tráfico ni seres humanos -como en aquella escena de Abre los ojos- y Rosalía me clava su mirada imponente y parda desde cada cartel gigantesco. Yo la observo y me estremezco, porque equivale a la aparición de una virgen trapera. Estamos solas ella y yo en una ciudad distópica y muerta. Su poderío lo ha devorado todo: veo su cara en mi hamburguesa, hago la colada y encuentro uñas de gel entre las sábanas, el telediario se ha convertido en un hilo musical donde sólo suena Malamente. Me acosa su imagen publicitaria de única hembra de la tierra.

En los crucifijos ya no está Jesucristo, ¿quién era ese tipo de las barbas? Ahora una flamenca moderna con corona de espino y aros dorados sangra en cada templo. Ella se sacrificó para salvarnos, ella resucitó al tercer día. Madre, hija, espíritu santo. Monoteísmo, rodilla al suelo, Rosalía. Venga a nosotros tu Reino. Killing me softly, Rosalía. 

Madrid ya no se llama Madrid, sino “Rosalía”, Rosalía es presidenta del Gobierno, Rosalía es el Papa, Rosalía es Cervantes, Rosalía amasa bombas nucleares pero se las guarda, Rosalía es Nobel de la Paz. Rosalía es Manolete y Cristiano Ronaldo. Rosalía es el bien y el mal, Rosalía es el canon de belleza. Rosalía, sueño contigo, ¿qué me has dado? Dale a tu cuerpo alegría, Rosalía. Rosalía, cuándo serás mía. 

Rosalía es Dios y Dios también diseña ropa. Me pinto la raya del ojo y me visto con camisetas de Rosalía. Rosalía es Amancio Ortega. Rosalía es Apple y Coca-cola. Rosalía es el capitalismo. Rosalía es los datos del móvil. Rosalía es Nietzsche. Rosalía es Dante. Rosalía es Banksy. Rosalía es Pérez-Reverte.

Cuando desperté, Rosalía seguía ahí.