Una vez más, y las que quedarán, la actualidad la marca el ventilador atómico del recluso excomisario V., que en los miles de horas de audio que atesora tiene munición para abatir, al menos en términos políticos, a quién sabe cuántos de los que en las últimas décadas han tocado poder en nuestro país. La última pieza, prácticamente cobrada ya al tercer perdigonazo, es nada menos que toda una expresidenta autonómica, exministra y ex secretaria general del partido con más militantes. Entre todas las cosas pasmosas que el excomisario es y hace, asombra en especial la soltura con la que se expresaba ante los mandamases con los que platicaba de asuntos de alcantarilla, y el donaire con que difunde ahora esas grabaciones en las que nadie, y el que menos él mismo, sale nunca ni medianamente bien parado.

Que si se ofrecía a revelar secretos sumariales y destruir pruebas, y quien le escuchaba, a la sazón en el ejercicio de altas responsabilidades públicas, se dejaba querer y le alentaba a ello. Que si podía hacer «trabajos» de índole especial, es decir, poco honorables y legalmente dudosos, y quien con él trataba no tenía reparo en pedirle que con cargo a dineros del partido -esto es, del contribuyente, que es quien allega esos fondos- espiara a cabecillas de facciones rivales dentro de sus mismas siglas. Es posible que los actos delictivos que pudieran haberse producido como consecuencia de alguno de estos tratos estén ya prescritos, y que el excomisario -también abogado, como se jacta en una de las grabaciones-, las airee con plena conciencia de esa circunstancia para salvar sus propias responsabilidades. Lo que la prescripción no anula es el descrédito, inmenso y definitivo.

Mientras la última víctima desfila -por voluntad propia o con el empujón correspondiente, ahora o en diferido- hacia el Hades de los políticos fulminados, se cruzan ya apuestas sobre cuál será el siguiente pájaro de cuenta al que apunte la escopeta letal del señor de las cloacas. Y algunos de los que apuestan lo hacen sobre su propia suerte, que saben, en más o en menos, comprometida por haber tenido con el hombre del saco negocios o confianzas que ahora preferirían no haberse permitido jamás. Si en algún momento la explotación de sus dosieres sonoros se parecía a la gestión que de los suyos hacía ese otro maestro de las sombras de hace un par de siglos, el francés Fouché, en los últimos tiempos la acción de V. parece dictada por el nihilismo de quien ya no espera salvarse pero busca que con él se hunda la mayor cantidad posible de gente. Algo en lo que Fouché, que nunca sacó por ejemplo los papeles que tenía sobre Bonaparte, no cayó ni siquiera cuando la desgracia se abatió sobre él.

La gran pregunta, llegados aquí, es cómo a un personaje así se le reconoció, favoreció, condecoró y hasta se le permitió que se hiciera millonario al calor y a costa de sus funciones públicas. En qué anda pensando un país, y quienes lo dirigen, para ser tan generosos con quien maniobra, día a día, para socavarlo.