Lo alumbré hace quince años para Libertad Digital, lo de Cataluña y Matrix. Me vienen usurpando el símil sin contemplaciones y sin cita en los opinaderos públicos, e incluso han titulado libros con él. Todavía hoy, cuando ya me han salido pelos, es un decir, oigo de vez en cuando a un listo que lo descubre y se felicita en las cuadras multimedia. Sin embargo, soy un hombre generoso hasta el punto de llorar mientras lo pienso, no sé por qué no tengo una oenegé. A lo que iba, que lo comparto todo, y además el tropo con Matrix era evidente, parecía que existiera desde siempre, como Yesterday.

Pero desde el golpe que no cesa, ni tropos ni leches. Cataluña es literalmente Matrix. Los golpistas tractorianos, con su trama civil, su trama mediática y su canesú, están montando una nación digital, o sea virtual. Cuando los catalanes salimos a la calle y confrontamos su software con la realidad, no podemos ver lo que hay porque no se aguantaría el elaborado engaño. Así que encontramos un sonriente infierno de unanimidad.

Igual que a Mao le colocaban actores en las estaciones simulando prosperidad en los pueblos de China, igual que el miserable Bernard Shaw negó la criminal hambruna ucraniana porque a él le habían rodeado de manjares, del mismo modo quieren los golpistas de Quim Torra presentar una Cataluña unánime. Por eso es imprescindible para su delirante y temerario juego que el espacio público catalán y los edificios de sus instituciones luzcan llenos de lazos amarillos —cuyo significado es que España no es un Estado democrático— y de estrelladas, cuyo significado es “Viva la independencia de Cataluña y muera España” (VIC I ME), que es como firmaba el creador del trapo cubanizante, Vicens Albert Ballester Camps.

Así que, de puertas adentro, el catalán medio, convencido de llevar una vida normal pero en realidad usado por una cleptocracia basurienta como pila humana en infames depósitos, dormido, experimenta la pertenencia a una república inexistente. Y de puertas afuera, cuando el contraste con el mundo pone a prueba el software separatista, se ve rodeado de una simplicísima simbología, cargada de reminiscencias de campamento y de campanario, de esplai y de gincana. A muchos les es grato porque les devuelve a su única verdad, campestre, pedestre y pura. Luego está la otra mitad larga de catalanes, los que escogimos la pastilla que nos dejaba ver, cuando comprobamos con horror la conversión del apacible vecino.