1. Paso un día medio enfermo en la cama. Día que transcurre bien, después de todo: ventilador, lectura. Recuperación del tiempo: en la cama conmigo se acostaba el tiempo, ese animal acribillado por las redes sociales y que en la enfermedad se adensa. Pero en el trasfondo de mi ocio doliente, aunque razonable, estaba la preocupación: hipocondríaca a estas edades. Miedo, naturalmente. La posibilidad de un futuro negro, magnificada. Pese a las lecturas, en realidad no podía pensar en otra cosa. La enfermedad, incluso en sus manifestaciones menores, se adueña de la cabeza.

2. Al día siguiente me levanto, ya bastante mejorado, y abro la prensa digital. Aparece Torra en compañía de unos individuos disfrazados del siglo XVIII. El nacionalismo es eso: ponerse traje de época y comportarse (y pensar) según el traje. Una carnavalada seria, rígida, pomposa. Torra pide “que el espíritu de Talamanca, en referencia a la última victoria militar catalana en la Guerra de Sucesión –en 1714–, acompañe al independentismo”. ¿Quién tiene hoy en el mundo cuentas pendientes de 1714? Están enfermos.

3. Me acuerdo de Cotarelo, la abuela rockera de la ideología, que unos días antes ya me puso malo con este tuit (¿estaría él en el origen de mi indisposición?): “Les bandes feixistes a les ordres de Ciutadans estan compostes per delinqüents habituals probablement pagats pel mateix partit. La il·legalització de Ciutadans és un assumpte de salut democràtica”. El grado de embrutecimiento de este hombre es alucinante. Reconozco que tiene que ser duro haber llegado a su edad sin ninguna relevancia intelectual (en un país en el que tampoco estaba tan difícil), pero, para lo que le queda, hubiera sido más digno aceptarlo con deportividad que haberse empeñado en una relevancia por medio de la basura.

4. La enfermedad nacionalista (la enfermedad ideológica) es un rebozarse en la enfermedad. Es justamente no dejar nada en la cabeza –ni en el espíritu– libre de la enfermedad. Es una suerte de hipocondría a la inversa: es una voluntad de enfermedad; un querer no dejar de estar enfermo.

5. El truco, por supuesto, está en considerar que esa enfermedad es la salud. Así lo dice el tuno mayor de la tuna nacionalista, Lluís Llach, en una cita que me encuentro por azar objetivo nada más escribir lo anterior: “Penso sincerament que el nacionalisme és ideològicament sa”. La constitucionalista Teresa Freixes decía que lo que les ocurre a los independentistas es que están enamorados del ‘procés’. Tienen los síntomas de la enajenación amorosa. La enfermedad del amor.

6. Queda la jornada del 17 de agosto, la manifestación por las víctimas del atentado de Barcelona del año pasado, y me preparo para lo peor. Que desdichadamente se cumple. Unos tíos enfermos solo podían comportarse como se han comportado. ¿Cómo van a respetar a los muertos quienes están dispuestos a arruinarse a sí mismos y a sus convecinos (catalanes y del resto del España)? ¿Cómo van a estar por la paz quienes han destrozado la convivencia por puro capricho? No existe la posibilidad de que los independentistas sean mejores, porque el independentismo ha seleccionado a los peores.

7. Y todavía faltaba otra: el Govern multará a un grupo que retiraba lazos amarillos. No solo gobiernan para solo una parte de los catalanes, sino que gobiernan agresiva, abrasiva, impresentablemente contra la otra parte de los catalanes. Esto va a acabar muy mal. Si acaba. La conllevancia es con un enfermo crónico.