Transcribiré la frase de la vicepresidenta tal como la recoge la cuenta oficial tuitera del mismísimo partido socialista. Guardo la prueba, la captura de pantalla, dada la alta probabilidad de que los concernidos lo nieguen todo al reparar en su hazaña: nadie libre había llegado tan lejos en cursilería, coba y vacuidad. Si a ese combinado le añades una rodaja de abyección gramatical de género, te sale: “Este país vuelve a la alegría. Estaba en blanco y negro y vuelve al color. Teníamos una sociedad resignada y los y las socialistas no nos resignaremos nunca. En apenas un mes hemos enviado luz y esperanza a Europa y de Europa al mundo.” Venzan las arcadas y sigan leyendo.

En Corea del Norte, en Cuba y Venezuela, y quizá en la Argentina de Perón, le habrá dedicado loas de similar hechura moral al jefe supremo su inmediato inferior. No sé si Stalin se habría dejado decir algo así por Yezhov sin ejecutarlo de inmediato. Es la circunstancia de que el demencial panegírico se formule en democracia, el hecho de que una vicepresidenta se lo dedique al presidente de un gobierno democrático, lo que nos genera tanto malestar, a la vez que anuncia el advenimiento de una nueva disciplina para estudiar épocas de ideas muy pequeñas: la nanopolítica.

España estaba triste y ahora está alegre. ¿Entendéis, niños? Vivíamos en blanco y negro y hemos pasado al color... ¿Somos tontos o qué? Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, como Alberti, que dedicó, por cierto, ese poemario a varios cómicos del cine en blanco y negro. La llegada de Sánchez a la Moncloa es, en la imaginación de su número dos, como si estuviéramos viendo Nosferatu, la de Murnau, muda y blanquinegra, y de repente irrumpieran en pantalla Christopher Plummer y Julie Andrews como el Capitán von Trapp y la institutriz Maria, a la vez que la pantalla se ensancha hasta el cinemascope, cobra color, y siete miembros de las juventudes socialistas vestidos de tiroleses iluminan nuestra sonrisa y tras ella la sala, la ciudad y el mundo.

Y eso que la oscura Nosferatu, eine Symphonie des Grauens encierra una crítica al tirano, y aun prefigura a Hitler, en tanto que la luminosa The Sound of Music en realidad enmascara para el gran público la verdad sobre una Austria que se entregó entusiasmada al nazismo. Pero esas son cosas que no se les cuentan a los niños.