El anuncio de una nueva moción de censura al gobierno del Partido Popular coincide con el 60 aniversario del estreno de Vértigo, el clásico de Hitchcock. Y es una coincidencia sugerente, ya que las reacciones de estos días parecen exponer el vértigo que produce la idea de una España gobernada por un partido que no sea el PP, y por alguien que no sea Rajoy.

Por muy detestados que sean este partido y su máximo dirigente, van ya unas cuantas ocasiones en las que el país se ha asomado a la posibilidad de desalojarlos del gobierno nacional y ha terminado retrocediendo, como turbado ante lo que le parecía entrever más allá, murmurando una letanía de problemas logísticos, estratégicos, ideológicos. En el momento de escribir esta columna, parece que la moción de censura de Pedro Sánchez seguirá ese guion. Y aunque termine prosperando, la incertidumbre de estos últimos días da fe de la persistencia de ese mareo que produce imaginar una España ayuna de marianismo. Aunque, a la luz de las encuestas, parece que nos encontramos ante un síndrome que afecta más a la clase política que a la ciudadanía.

Es curioso: estamos acostumbrados a oír hablar del PSOE como el partido que ha vertebrado la España democrática, la única formación verdaderamente indispensable para la gobernabilidad del país, cuando los últimos años dan a entender que quienes han adquirido el estatus de indispensabilidad nacional son Mariano Rajoy y su Partido Popular. Nadie fuera del PP lo dice en alto, pocos incluso lo pensarían conscientemente, y por eso se trata -de nuevo, como la película de Hitchcock- de un espacio fértil para el psicoanálisis. Porque no deberíamos caer en las falacias del discurso apologético acerca de la astucia de Rajoy, su pericia política, su viejozorrismo: la supervivencia del presidente a un nuevo órdago de la oposición debería muy poco a sus propias cualidades y mucho a la incapacidad de esta.

Precisemos, sin embargo, que el vértigo que parece producir la idea de un gobierno sin Rajoy viene apuntalado por un vértigo aún más acusado: el de unas elecciones que conviertan a Ciudadanos en partido de gobierno. Nada parece producir tanto mareo en PSOE, Podemos y los nacionalistas vascos y catalanes como esta posibilidad. Y tiene sentido, por cuanto el auge de Ciudadanos rompe con los esquemas mentales que ordenaban la cultura política de las últimas décadas, al menos con relación a los nacionalismos periféricos. Tantos ecos, en fin, del clásico de Hitchcock, esa historia sobre una relación enfermiza con el pasado.